Estimado lector, recientemente leí al autor japonés por excelencia, Haruki Murakami y su libro ‘After Dark’ y dado por una extraña estructura narrativa y literaria dada por el siguiente ejemplo:
“La cámara va retrocediendo despacio, ahora capta la imagen completa de la habitación. Luego va captando cada detalle en busca de indicios. La estancia no se ve profusamente decorada. No es una habitación que permita adivinar los gustos ni la personalidad de su dueña. Si observáramos sin prestar mucha atención ni siquiera podríamos deducir que se trata de la habitación de una chica.”
Me surgió la siguiente duda: ¿Puede la literatura ser cine o puede el cine ser literatura? Y aunque no pretendo dar un ensayo académico que estructure y formule una hipótesis al respecto, me gustaría comentar algunas ideas que surgieron en las horas de lectura y de reflexión póstumas.
Como buen cinéfilo, la pregunta me hizo un poco de ruido; recordando la enseñanza del maestro Andrei Tarkovsky y la escultura del tiempo:
“A diferencia de otras artes, el cine tiene la capacidad de manipular el tiempo de una manera única, ralentizándolo, acelerándolo o incluso deteniéndolo. Esta cualidad le otorga al cine una dimensión temporal que lo diferencia de cualquier otro medio.”
Si bien reconocía la importancia de la literatura, la música y otras disciplinas, creía que el cine tenía su propio lenguaje y su propia forma de expresar la realidad y en cierta parte la tesis está bien fundamentada, el texto literario de Haruki Murakami abstrae la lógica propuesta y la encapsula de tal forma que esas instancias que en conjunto conforman la lógica del cine son heredadas al texto: el plano, el movimiento, la iluminación e incluso la ambientación, atmósfera y banda sonora son parte del ejercicio propuesto para el autor para un juego mental al lector para que la literatura emule el séptimo arte.
Tomando por ejemplo el siguiente fragmento:
Ahora el ángulo de la cámara está fijo en un punto. La cámara permanece inmóvil, enfocando frontalmente, un poco por debajo, al «hombre sin rostro».
Se declara casi de manera explicita el lenguaje cinematográfico que debería de tomar esta “película” que forma parte del experimento literario, pero ese lenguaje en sí queda incompleto. ¿Puede usted, estimado lector, identificar el elemento faltante en el lenguaje propuesto? Si usted tiene basta experiencia en el ámbito cinematográfico quizá habrá notado que el elemento faltante sea la intención, dado que aunque se comprueba que la sintaxis del lenguaje es casi perfecta, la semántica falla a manera en que la comunicación pierde el efecto de la expresión, es decir que, a pesar de que el texto literario puede emular ciertos aspectos del lenguaje cinematográfico, la experiencia de la lectura sigue siendo inherentemente diferente a la experiencia visual del cine.
El texto anterior, por una persona promedio a una velocidad de 250 palabras por minuto seria leído en 5.52 segundos, un cineasta podría ejemplificar esa escena en un rango de 0.01 a un tiempo lo suficientemente grande no menor al infinito, lo cual generaría una reacción diferente en cada uno de los casos. La edición permite la manipulación del tiempo y el espacio, creando un flujo continuo que guía al espectador a través de una experiencia sensorial completa. Volviendo de nuevo al ruso Tarkovsky:
“Cada plano debe ser concebido como una obra de arte en sí misma, con su propia composición, iluminación y duración. El montaje, en lugar de ser un simple ensamblaje de planos, debía ser una forma de crear un flujo orgánico y poético.”
Aunque un autor como Murakami puede emplear descripciones detalladas y técnicas narrativas sofisticadas para evocar una atmósfera similar a la de una película, la experiencia sigue siendo mediada por el proceso de lectura y la interpretación individual. Es el cine en este contexto un estado de la materia primitiva (la historia) moldeada de forma que es inevitable una construcción atmosférica relacional entre el espectador y la sala oscura, en donde no se involucra solo la interpretación de la historia a través de la razón o de esta construcción idealista-imaginativa. Por poner de manifiesto una historia que transcurre en África y usted jamás ha tenido contacto con personas negras, la descripción de los personajes en su interpretación podría no ser la acertada, o en cambio, distorsionada a la planteada por el autor. En el cine usted está sujeto a la interpretación del director, a su lenguaje y a su visión, esté de acuerdo o no.
Como último ejemplo, mi interpretación del libro del japonés, aunque imaginado e interpretado bajo el lenguaje cinematográfico propuesto por el autor depende completamente de mi, de lo que conozco y en cierta medida mis deseos y tendencias; seria muy diferente esa misma concepción imaginativa a la de David Cronenberg o David Lynch. De manera inversa, si cineastas intentaran expresar su lenguaje cinematográfico a la literatura, aunque intenten retratar su visión como en el cine, esta se vería truncada por las limitaciones que hemos expuesto. Si Woody Allen se explayara varias paginas en un monologo acerca de la paranoia, el amor, el sexo o la muerte podría encontrarlo aburrido aun cuando en sus películas sean el recurso estrella.
Me parece entonces que la posibilidad de que la literatura sea cine, o viceversa, no es tanto una cuestión de identidad, sino de diálogo entre medios, donde cada uno aporta sus fortalezas a una conversación continua sobre la forma en que experimentamos y entendemos nuestras historias y nuestro entorno, siendo el lenguaje y la interpretación, lo que queda a disposición de cada arte para emular una experiencia distinta.
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