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A Midsummer Night's Sex Comedy

Por: Carlos Urias (@ElcarlosUrias)


Es fácil identificar una película de Woody Allen. Los créditos iniciales son la forma más rápida de saber que estás ante una cinta del director neoyorkino, es justamente esto lo que hace que sus películas sean un sello indiscutido, formuladas por una ideológica que ningún otro director podría llegar a emular; desde sus primeras propuestas cinematográficas se observan características clásicas: filosofía, diálogos perfectamente estructurados, una visión panorámica hacia el entorno, la neurosis, el amor y la comedia; características que reunidas no pueden dar otro resultado más que una divertidísima cinta que cuestionara conceptos claves del amor, la muerte y la vida, aunque el propósito de la misma no sea ese, la pluma del guionista no puede arrojar otra opción más allá de despertar una voz interna que se pregunta a sí misma la razón de las cosas.

Se asegura que el cine de Woody Allen se divide – inconscientemente – en varias etapas, en la primera se buscaba a si mismo por medio de la comedia; en la segunda, se encontró con la intelectualidad y el pensamiento, y como todo un ser humano, la evolución intelectual trajo con ella un sinfín de matices que se presentarían en sus etapas póstumas, pero jamás olvidando las raíces que echó en sus primeras obras, características que se fueron adaptando con el paso de los años, pero también agregando algunas otras y en esta transición fue donde encontró en otros autores y/o vanguardias elementos que funcionarían dentro de su propia estructura que moldeó a su gusto.


Si bien Take the money and run, perteneciente a su primera etapa, ya lo convertía en un sello único, fueron algunas otras ideas que fue adquiriendo con el paso de los años con las que logró dar el salto a la comedia intelectual y adulta que ejerció en Annie Hall, la filosofía que era abordada de manera satírica en una comedia tonta se convirtió en un sello personal pero evolucionado a demostrar la particularidad de la misma en la cotidianidad.


Esta evolución artística trajo consigo a la recaudación de influencias que pudieran ayudar a perfeccionar y terminar de pulir su carácter artístico, entre esas influencias, una de las más fuertes fue Ingmar Bergman, a quien en esta obra (A midsummer night sex comedy) se le rinde homenaje, haciendo referencia a una de sus películas: Sonrisas de una noche de verano.

Siguiendo la misma estética y puesta en escena, la filosofía propia del oriundo de Nueva York se hace presente de una forma distinta a la habitual: una combinación hibrida entre unos diálogos que hacen trabajar a tu cerebro a mil kilómetros por hora, pero al mismo tiempo un arco argumentativo intrascendente para la forma en la que la obra se está concibiendo a sí misma, probablemente su mayor error es la poca determinación narrativa al no ejercer presión en el drama, pues tampoco se mantiene por ninguna otra característica como las relaciones entre los personajes – recurso discursivo que planifica perfectamente en Manhattan­ – o la propia creación de atmosferas a las cuales aludir para encontrarle un sentido de pertenencia a la propia cinta.


La presencia de la neurosis y el amor es posiblemente el ingrediente principal en la fórmula de Allen, ¿Qué pasa cuando estos tampoco sobresalen en su historia? La tesis narrativa se convierte totalmente en una combinación extraña, que si hubiera optado por sacrificar la exquisita y orgásmica filosofía que sus personajes profanan hubiera funcionando de una manera perfecta para las llamadas “comedias de enredos”, que sin mal interpretar la obra y dejando a un lado el sobre análisis, pondría sobre la mesa una nueva concepción de la comedia de Allen, claro, sin quitarle los ojos de encima a que el amor es una enredosa definición que no toma sentido sin la presencia de otros conceptos.


Cabe aclarar que La comedia sexual de una noche de verano es un producto pensando para aquellos que conocen el trabajo del director, sus antecedentes y la forma analógica en la que se cimienta, si el espectador en cuestión no esta familiarizado con los chistes llenos de referencias históricas y momentos referenciales que contextualizan el propia panorama donde se sitúa la cinta – principios del siglo XX – intentará darle un entendimiento propio para la construcción de una imagen en su cerebro y no se dejara llevar por la magia en la que Allen envuelve la mayoría de sus películas.

Posiblemente Bergman haya disfrutado la película, pero no es una justificación para no demostrar que hubo un conformismo a la hora de elevar la vara e ir más allá. Y es que la imagen bonita, dulce, con una comedia ligera, resulta un conformismo y no representa un reto para demostrar a la audiencia su capacidad como cinematógrafo. Estoy más que seguro de que pudo haber creado algo más trascendente que su propio personaje, del cual todos estamos seguros que hace falta en cualquier historia.

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