Por: Freddie Montes (@FreddieMontes)
La historia de ‘Hasta el viento tiene miedo’ se desarrolla en un internado para señoritas. Ahí conocemos a Claudia, una joven que vive atormentada tras sufrir una terrorífica pesadilla. Ella y su grupo de amigas son obligadas por la maestra Bernarda, la malvada directora del colegio, a quedarse encerradas durante las vacaciones como medida de castigo. Pero una extraña presencia sobrenatural hace que la perdida de las vacaciones sea el menor de los problemas para las habitantes del lugar.
Recuerdo que cuando era niño no había un solo Día de Muertos en el que no me sentara frente al televisor a ver esta película. Su gran popularidad y la escases de producciones de terror dentro de nuestra industria cinematográfica facilitaban la tarea de encontrarla. Nunca la consideré terrorífica, jamás me causó pesadillas ni sobresaltos, aunque confieso que las silenciosas noches de viento nunca han sido sinónimo de tranquilidad para mí, sin embargo, había algo en ella que me cautivaba. Desde hace muchos años abandoné los visionados, la guardé en mi memoria, y fue hasta hace poco que volví a verla para escribir este artículo. Pues bueno, resulta que ‘Hasta el viento tiene miedo’ sigue siendo un producto hipnotizante, pero, contrario a lo que creí, no tiene este efecto solo por el factor nostálgico, también es un producto cinematográficamente valioso.
El primer punto positivo de esta cinta es que desarrolla su terror de manera paulatina, todo comienza con un aparentemente inocente sueño, escala a apariciones sobrenaturales cada vez más cercanas, hasta que culmina con la posesión de una de las alumnas. Esto es muy acertado ya que al no ser un filme absolutamente de terror, encuentra su valor en la atmosfera, en la manera en que adentra a los espectadores en su mundo, hace que primero nos sintamos presentes en un lugar tranquilo para que nos vayamos asustando y sorprendiendo a la par de nuestras protagonistas. A final de cuentas todo lo terrorífico que vemos como audiencia es a través de los ojos de los personajes.
Por supuesto que en una historia en la que importan tanto los personajes y la historia resulta fundamental contar con un elenco capaz, y este filme cumple con ese requisito, aunque no de forma impecable. Alicia Bonet logra transmitir la inocencia de su personaje, y cuando llega el tercer acto logra aterrorizar ya que consigue combinar este elemento de paz con lo que sabemos que pasa en la realidad, sin embargo, esa manía que tiene por expresar todo levantando las cejas llega a ser molesto, se entiende que eran tiempos más telenovelescos, pero uno esperaría que el director controlara un poco esa situación. Normal Lazareno y Elizabeth Dupeyrón también forman parte del elenco juvenil y son las más correctas, el resto están un poquito sobradas. Pero, para remediar los males histriónicos, aparecen las dos reinas, no solo de la historia, sino de la actuación nacional: Maricruz Olivier y Marga López. Ambas actrices están impecables en sus papeles, mientras la primera es la parte bondadosa con la que existe empatía, la segunda es insufrible y te invita a odiarla. Sin embargo, ambos son personajes entrañables debido a sus fortalezas tanto narrativas como histriónicas.
Como ya comenté, la edición es mala y se manifiesta en varios errores de continuidad, pero en el resto de los apartados es bastante cumplidora, sobre todo para la época en que se realizó. La dirección y la fotografía tienen mucho valor, se juega con distintas tomas y planos con la intención de adentrarnos en el relato, así como de mostrarnos, aunque de manera simple pero inteligentemente sugerente, el ambiente sexual y hasta lésbico que se respira en ese instituto. El diseño de producción es magnífico, los escenarios son tan bellos y elegantes como cutres y terroríficos, dependiendo de la situación. En el aspecto técnico, su mayor valor es el sonido, es sorprendente para una película mexicana, y de los años sesenta, que el rubro sonoro no sólo sea impecable, sino que transmita tanto a la audiencia, cada paso, cada portazo, cada rama de los árboles y cada soplido del viento cala los huesos y, por supuesto, ese icónico ¡Claudia…Claudia!.
‘Hasta el viento tiene miedo’, la película más popular del cineasta mexicano Carlos Enrique Taboada, es una de las producciones más valiosas de la cinematografía nacional, no sólo para quienes la vieron hace años y la recuerdan con cariño (o miedo), también para cualquiera que se vaya a encontrar con ella en los años siguientes. Hubo una generación que creo una fobia al mar gracias al tiburón de Spielberg, otro temió irse a dormir por culpa de Freddy Krueger, otra no cerraba los ojos en la regadera gracias al payaso Eso, pero gracias a esta cinta varias generaciones mexicanas le temen a algo tan simple y común como lo es un fuerte viento nocturno. Y es que en México cada solitaria y oscura noche ¡hasta el viento tiene miedo!
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