Por: Ale Vega (@PATHGRETEL)
El género Coming-of-age en el cine es, por definición, una historia en la que nos cuentan cómo se desarrolla el crecimiento de un joven hacia su madurez, con emociones y aprendizajes en su camino. Es popular y muy querido porque es fácil identificarse con él: Todos hemos pasado por ese proceso de dudas, autoconocimiento y aceptación.
En el caso de La disparition des lucioles (en español fue literalmente traducida, La desaparición de las luciérnagas), hay un elemento que le da a la película un extra de interés: La ira de su protagonista. Este filme nos cuenta de la vida de Léonie (Karelle Tremblay), una joven quebequense que se encuentra a punto de salir de la escuela y no tiene bien claro qué desea hacer con su futuro. Vive con su madre (Marie-France Marcotte) y su padrastro (François Papineau), con quienes tiene varios roces y una relación incómoda. Extraña a su padre (Luc Picard), que tuvo que cambiarse de ciudad debido a que fue transferido en su empleo. Mientras Léonie busca un trabajo, se encuentra fortuitamente con un profesor de guitarra llamado Steve (Pierre-Luc Brillant), quien se convertirá en su amigo y confidente a través de su autodescubrimiento.
Esta película, escrita y dirigida por el canadiense Sébastien Pilote, nos muestra a una joven que se nota claramente desesperanzada con respecto a las oportunidades que le ofrece su ciudad: Debido a la mala suerte que tuvo su padre como dirigente sindicalista y el éxito que tiene su padrastro como un locutor derechista, Léonie tiene bajas expectativas de encontrar una vocación que le satisfaga o enriquezca. Su decepción con respecto a cómo funciona el mundo (que va descubriendo conforme interactúa con gente mayor que ella) la vuelve una chica de carácter defensivo y pesimista, que prefiere discutir con sus seres queridos a dialogar en pos de la razón. Este es el punto de vista el que vale la pena desmenuzar, para entender cómo es que en uno de los países más prósperos aún existen ciertos parajes que fueron otrora industriales y prolíficos, pero terminaron convirtiéndose en lugares desolados y poco atractivos para una juventud bien preparada y lista para retos interesantes y novedosos.
Uno de los mayores aciertos de La desaparición de las luciérnagas es que, a pesar de la negatividad de su protagonista, le otorga también un lado luminoso a través de la amistad que forja con un hombre que, si bien no parece tener un rumbo fijo, sí es apasionado con su arte y comprensivo con la forma de ser de una muchacha que todavía busca entenderse como individuo y definirse. La necesidad de libertad para el personaje de Léonie es latente, y como espectadores también nos sentimos reacios a que sus mayores intenten dirigirla y regañarla, quizá porque nosotros también vivimos esa época de adolescencia en la que recibimos órdenes de una persona en la que no confiábamos o que no nos conocía realmente. Y en la simpleza de cambiar el rumbo, tomar decisiones sin pensarlas demasiado o aprender un nuevo pasatiempo, se encuentra la belleza sutil de poder adueñarnos de nuestro ser e ir formándonos la personalidad que eventualmente nos permitirá volar, cual luciérnagas, hacia cielos que podamos iluminar.
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