Por: Freddie Montes (@FreddieMontes)
Siempre se dice que Woody Allen es mejor guionista que director…y sí. Pero esta afirmación no quiere decir que el neoyorquino no sepa dirigir, que sea un cineasta de cámara estática o que esté casado con una sola manera de filmar. Muestra de ello son películas como Annie Hall, en la cual presenta un conjunto de técnicas visuales muy innovadoras que ayudan a comprender lo que sucede en la cabeza de los dos personajes protagónicos, y aunque vista en retrospectiva podría sentirse como algo común, fue precisamente eso lo que le permitió ganar el Oscar a mejor director por una comedia romántica en plena época dorada del llamado “Nuevo Hollywood”. Otro ejemplo de ello es The Purple Rose of Cairo, en la cual el cineasta hace gala del realismo mágico para combinar en pantalla un universo ficticio con la realidad, o Zellig, que bajo un formato de falso documental se convirtió en uno de los ejercicios más originales de la primera década de los 80. A continuación les hablaré de otra película que, sin ser de las mejor logradas dentro de su filmografía, sirve para explicar a la perfección este punto de comunión entre un buen guion y una buena dirección: Shadows and Fog
Esta cinta nos cuenta la historia de Kleinman (Woody Allen), un tímido oficinista que es reclutado, sin saber exactamente con qué finalidad, por un grupo de vecinos para salir a las calles durante la noche en la que todo indica que el estrangulador que acecha al pueblo atacará. Por otro lado conocemos a Irmy (Mia Farrow), la tragasables del circo, quien tras una situación poco agradable con su esposo, el payaso del lugar, huye de su hogar durante la oscura y fría noche para terminar instalándose en una casa de citas.
Empecemos con los elementos clásicos. Es cierto que Woody tiene un estilo muy marcado, sus películas, que navegan entre tantos estilos sin dejar de pertenecer al mismo género, solo pueden ser catalogadas como “allenianas”, y varios de los elementos que hacen que este término exista están presentes en Shadows and Fog. De entrada estamos ante una clásica comedia, de enredos cuando el protagonista es Kleinman, y romántica cuando la protagonista es Irmy. Desde el inicio de la cinta se nos presentan situaciones que dejan claro que uno de los tópicos principales será la exploración de las complejas relaciones interpersonales, no sólo de pareja, también de los otros ámbitos sociales. Así mismo, tenemos aquí a ese personaje masculino lleno de inseguridades que no es más que la representación de Allen en la pantalla grande. Por supuesto que también se toma el tiempo de regalarnos momentos para filosofar sobre el amor y la muerte. Todo esto acompañado de esos chispazos en forma de irónicas frases que sólo pueden salir de una pluma privilegiada como la de Allen y aderezado con esa música jazz disfrazada con tonos de suspenso que hacen que este producto se sienta de él hasta en sus momentos más rebeldes.
Lo interesante de esta cinta está en todos los elementos que explora, con los que juega, con los que busca que un género que lleva explorando por décadas no se sienta monótono. Para empezar, estamos ante un claro homenaje al movimiento expresionista alemán dentro del cine, hay elementos muy clásicos de esa corriente fílmica como lo son su villano, la importancia de las sombras dentro del relato y los escenarios estirados que buscaban ser un reflejo del sentir de la población germana. La idea de mostrar su relato en blanco y negro, lo cual no era nuevo para él, atendía, por supuesto, a un tema lógico relacionado con su homenaje al movimiento antes mencionado, pero lograr que una película en este formato se sienta tan viva es de reconocerse, Woody Allen realmente nos mete en este pueblo para que cada situación que acontezca la sintamos como nuestra, como si se tratara de una noche más de nuestras vidas.
Otro punto interesante es que este filme también tiene tintes de suspenso, algo poco común dentro de la filmografía de Allen. Lo destacable es que el cineasta logra que el espectador sufra en los momentos en los que tiene que hacerlo a pesar de estar dentro de una historia que es, en esencia y durante la mayor parte de su metraje, una autentica comedia. Todos sabemos lo importante que es el trabajo del director para sacar adelante un thriller, y en Shadows and Fog el originario de Nueva York demuestra tener capacidad para abordar hasta un género tan complejo y alejado para él.
Y aparte de todo lo comentado anteriormente, hay que hacer una mención especial sobre el casting. Es curioso que precisamente en la década de los noventa, la cual significó una de las etapas menos satisfactorias de su filmografía, fuera la etapa en la que todos querían trabajar con él. Aquí los protagonistas son Allen y Farrow, pero ellos se hacen acompañar por histriones del nivel de John Malkovich, Jodie Foster, Kathy Bates, John Cusack y hasta la mismísima reina del pop, Madonna. Pero no basta solo con tener grandes nombres, el neoyorquino sabe cómo dirigirlos, tiene la capacidad de hacerlos lucir aunque aparezcan poco en pantalla o no cuenten con ese momento hecho para brillar. Cada uno de los miembros del casting entregan grandes actuaciones pero sin olvidar que su compromiso como actores no es con ellos, sino con el producto del que son parte.
Shadow and Fog no es la mejor película de Allen, difícilmente entraría en un TOP 10 sobre su cine, pero lo que le da valor, y por lo que un servidor la encuentra tan relevante, es por el hecho de ser una prueba más de su capacidad para hacer que un mismo género y estilo de hacer cine no se vuelva monótono. Sí, estamos ante uno de los grandes guionistas en la historia del séptimo arte, pero también ante un director de primer nivel que entiende el lenguaje cinematográfico como lo que es, un todo en el que no basta tener talento en solo una de sus ramas, sino que requiere poner y perfeccionar todos los elementos disponibles para crear obras, o en su caso filmografías, que se queden en el imaginario colectivo durante mucho tiempo.
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