Por: Carlos Urias (@ElcarlosUrias)
Si existiera una nobleza dentro de la industria del cine, Sofia Coppola sería parte de la familia real. Hija de la leyenda del séptimo arte, Francis Ford Coppola, el arte de Sofia no comparte característica alguna con su padre, la directora se caracteriza por construir una estética simple, envolvente, donde destacan elementos simples que, conjugados en una cinta, forman una experiencia acogedora.
Después de miles de críticas recibidas por su trabajo como actriz en un papel secundario dentro del filme de su padre ‘El Padrino III’, se pensaba que Sofia Coppola no tendría un buen futuro en la industria del séptimo arte, sin embargo, se demostró que su verdadera vocación sería detrás de las cámaras.
En 1999, a la edad de 29 años, demostró un talento extraordinario en la dirección, cuando deslumbró a la audiencia en la proyección de su ópera prima, ‘Las Vírgenes Suicidas’; la melancólica historia de las hermanas Lisbon ya había sido contada años atrás, en 1993, ya que el escritor Jeffrey Eugenides también había comenzado su carrera como escritor con esta historia.
“Un grupo de hombres recuerdan a cinco hermanas intrigantes, cuyos padres las mantuvieron en cuarentena después del suicidio de una de ellas.”
El resultado del producto literario fue un éxito. También lo fue para la joven directora, sin embargo, se podría argumentar una clara superioridad por la adaptación cinematográfica. Mientras que Jeffrey toma esta historia con una narrativa que va de adelante hacia atrás, de atrás hacia adelante, terminando por no materializar la ideología de aquellas vírgenes suicidas, supone, pero ejemplifica, dejando absolutamente todo a interpretación del lector. El simbolismo es confuso, interpreta a Lux Lisbon y a sus hermanas como victimas sociales, sin darle un sentido de pertenencia a la muerte, como sí lo ejemplifico de manera perfecta Sofia Coppola.
Coppola crea una estética, una atmosfera, construye su propio mundo. La simpleza de su estilo perfecciona las acciones de los personajes y los somete a desenvolverse con una clara historia previa, que, aunque es inexistente para la vista del espectador, en la atmosfera de la cinta recae el verdadero peso de cada dialogo, acción y pensamiento.
La regla principal en la construcción de esta historia es que Coppola no supone, ejemplifica. La directora y guionista toma la idea principal sin dogmatizar el hecho de la depresión, aunque no queda muy claro en la cinta, la previsualización de la melancolía y la depresión por la falsa expectativa que se crea alrededor de su futuro es estremecedor. Desde la soñadora Cecile, la niña de 13 años que es incomprendida, pero su realidad es construida por fantasías y sueños que se desmoronan ante la confrontación de la realidad.
“Usted nunca ha sido una niña de 13 años”
Es la incomprensión la que ejercen las protagonistas para hundirse en sus pensamientos depresivos. En la obra original, la narración sucede desde el punto de vista de los vecinos de la casa de los Lisbon, lo que no llega a indagar en las mentes de las chicas que lidian con la presión del mundo; mientras que la directora nos da el enfoque más humano del retrato de un entorno que las consume. Una historia que mejora de manera visual.
Antes de dogmatizar la muerte como un desprecio a la vida, como lo hace ver el autor de la obra literaria, el producto cinematográfico sistematiza la deconstrucción del perfil depresivo, llevándonos de la mano a una corriente de momentos melancólicos que transforman el camino desprendiendo la constitución de la persona. Intriga con inicio, cautiva con su desarrollo, pero estremece con su final.
Coppola entendió lo que representa esta historia, no entender el suicidio como un daño colateral de la sociedad, si no como una consumación del pensamiento por parte de las condiciones del entorno.
A 21 años de su estreno, seguimos intentando comprender lo que motivo el suicidio de las hermanas Lisbon, pero antes, deberemos comprender las condiciones ideológicas, políticas y sociales que consumieron su luz y personalidad.
Comments