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VERÓNICA

Por: Ale Vega (@PATHGRETEL)

Mucho se queja el público de que el cine mexicano peca de repetitivo: La cartelera de los complejos comerciales está moldeada para recibir filmes ligeros, que hagan a la audiencia reír y pasar un buen rato, sin ofrecer nada complicado. Por muchos años nadie se opuso y lo consumieron ciegamente; sin embargo, las nuevas generaciones están ávidas de propuestas más atrevidas, interesantes o desafiantes para ellos. A medida que nos es más accesible el cine mundial –gracias a plataformas de streaming y páginas cinéfilas de contenido gratuito-, nos volvemos más exigentes con lo que nos ofrecen, logrando finalmente cierto hastío hacia aquello que solíamos aceptar como único producto.

Una de estas propuestas, que llegó a las salas en el 2017 –y ahora puede verse en Netflix- es la ópera prima de los directores mexicanos Carlos Algara y Alejandro Martínez-Beltrán, que lleva por nombre Verónica. Esta película comienza mostrándonos a una psicóloga (Arcelia Ramírez) que recibe una llamada en su bonita y apacible cabaña en medio de montañas nevadas, en la que le piden que reciba a una mujer (Olga Segura) en ella para darle terapia, lo que acepta a regañadientes, sólo por tratarse de un caso que proviene de uno de sus maestros. En cuanto esta joven llega a su hogar, la psicóloga se da cuenta de que no será un caso fácil, y la convivencia entre ambas desarrollará no sólo tensión y frustraciones, también un desconcierto que llevará a la doctora a preguntarse si lo que está viviendo es del todo real.

Verónica es un thriller, lo que ya de por sí representa una mirada refrescante dentro del cine nacional. Además de atreverse a entrar a este género, sus directores aciertan en filmarla en blanco y negro (con la cinematografía de Miguel Angel Gonzalez Ávila), logrando con esto transmitirle a sus espectadores una sensación de claustrofobia, que sirve perfecto para introducirlos en las cuatro paredes donde se encuentran las dos protagonistas. Y, a propósito de ellas, lo que hacen las actrices encargadas de darles vida también funciona bastante bien: Arcelia Ramírez toma el mando y dirige a Olga Segura a buen puerto, usando su enrome experiencia en los escenarios, moviéndose adecuadamente entre los espacios de silencio, discusión y locura por igual. Cuentan que, con el fin de darle verosimilitud a sus personajes, se entrevistaron con psicólogos, asistieron a sesiones de hipnoterapia, y hasta aprendieron el proceso de cultivación del hongo shiitake; esfuerzos que pagan con creces en su trabajo final: Las escenas en las que ambas se enfrentan, que van del erotismo al odio, le dan a la cinta su fuerza principal.

Filmada en el municipio de Arteaga (cercano a Saltillo), Verónica nos genera, para bien, muchas preguntas, y no pretende nunca ser explicativa ni dar las respuestas. En cambio, le otorga a su audiencia las herramientas necesarias para que sean ellos quienes descubran o definan qué estaba sucediendo con estas mujeres y entre ellas. Nos regala en su premisa, que pareciera a simple vista algo sencillo o fácil de encasillar, un laberinto del que pretenderemos salir usando solamente nuestras conclusiones y lo que nuestra mente haya comprendido. Y ese es justamente el elemento que más terror puede causar en la película: Darnos cuenta que nuestra cabeza y nuestra psique son infinitamente más complejas (y más oscuras) de lo que alcanzamos a imaginar.

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