Por: Ale Vega (@PATHGRETEL)
En los países conservadores, aquellos que aún repudian las conductas que no se ajustan a sus estándares de comportamiento, hacer películas subversivas es valiente y arriesgado por igual. El cine, como la forma de arte que es, posee el gran poder de burlar dichas imposiciones, presentando al público historias que bien pueden tener que ver con la idiosincrasia de esos habitantes, pero que también muestran personajes más profundos y transgresores que los usualmente vistos. No se trata de ofender una forma de pensamiento, es más bien intentar ampliar los horizontes de una sociedad acostumbrada a restringirse a sí misma.
Un ejemplo reciente de este tipo de filmes es la cinta del director sueco Levan Akin, llamada And then we danced – en México titulada Al final bailamos -. Esta película tiene como protagonista a Merab (Levan Gelbakhiani), un joven que forma parte de la compañía de danza “National Georgian Ensemble”. Durante las noches trabaja como mesero, para dedicarle todas sus mañanas y tardes a los ensayos de dicha compañía, con el fin de pertenecer a la selección de bailarines protagonistas, y poder viajar con ellos en las giras alrededor del mundo. Junto a él, en este grupo se encuentra Mary (Ana Javakishvili), quien es – sutilmente - más que su amiga, y su hermano David (Giorgi Tsereteli), un chico que tiene más interés en andar de juerga que en el baile. Los días rutinarios de Merab se verán sacudidos con la llegada al grupo de Irakli (Bachi Valishvili), un atractivo muchacho que tiene gracia y soltura, y no sólo llenará el ojo de su maestro y compañeros, también despertará en Merab un cúmulo de sentimientos y emociones que nuestro protagonista desconocía.
Podríamos considerar a Al final bailamos un coming-of-age gracias al crecimiento que vemos en en Merab durante la cinta. Es integralmente un desarrollo de su carácter, de las relaciones interpersonales, de su disciplina y su trabajo. Si bien él está consciente de las reglas de la danza georgiana y su rigidez (“los bailarines masculinos deben lucir fuertes y viriles, las mujeres inocentes y virginales”), también se da cuenta de que a través de ella es capaz de demostrar sus expresiones y su personalidad, poniéndole toda su pasión. La aparición de Irakli es un catalizador que le hace entender mejor quién es realmente, al mismo tiempo que funge como un rayo de sol que ilumina su paisaje, normalmente ensombrecido por sus problemas y precariedades familiares, su demandante empleo nocturno y las estrictas y obtusas costumbres de su nación. Levan Akin, quien tiene orígenes georgianos, quería contar esta historia desde el año 2013, cuando fue testigo del ataque de un grupo conservador hacia las personas que integraban un desfile del orgullo gay. Aunque Georgia no es como tal un país que prohíba la homosexualidad, sigue siendo mal vista y condenada por la sociedad. Tal es el nivel de odio que cuando esta película fue estrenada en ese país, los grupos de ultra derecha realizaron protestas frente a los cines.
Estrenada y premiada en el Festival de Cine de Cannes, Al final bailamos da la apariencia de ser, en la sencillez de su sinopsis, una cinta de amistades y amores, pero no debemos dejarnos llevar por esa simpleza. Es, por el contrario, una lección de que la fuerza del carácter debe ser lo que dicte nuestras acciones y decisiones. Habrá inevitablemente a nuestro alrededor múltiples obstáculos y situaciones que nos confundirán, pero en la firmeza de nuestro espíritu encontraremos la verdadera construcción de nuestro ser. La moraleja de la película es concreta: Bailemos, con pasión y seguridad, en nuestro propio compás.
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