Parece irónico que la complejidad de películas como La llegada o Ex machina no solo se centre en los límites de la pantalla, sino que atraviese la realidad para poner de manifiesto el terror de los productores de Hollywood. Historias complejas, no dependientes de efectos especiales como protagonistas para envolverlas, reacias a transmitir un único mensaje y creadas para dar al espectador una dosis de reflexión y entretenimiento a partes iguales.
Lena (Natalie Portman) es una exmilitar y bióloga que, tras años esperando el regreso de su marido, se enfrenta al extraño retorno del hombre con una dura revelación: la existencia de un paraje donde las mutaciones son comunes y la expedición de su marido sufrió las consecuencias. Junto a un grupo de científicas, Lena se adentra en la zona para descubrir la verdad.
Aniquilación contó con problemas desde sus inicios y la mano de Netflix llegó para solventarlos y transmitir la cinta a todo el público posible. Pero, ¿fue el remedio una tapadera para la enfermedad? ¿Hasta qué punto Netflix puede cegarnos ante el problema entre industria e historia? El miedo a lo desconocido está más presente en el día a día que en el propio cine, con productores dirigidos a mantener un público acomodado, sin ninguna intención de corromper sus ideales ni de obligarlos a presenciar más de lo que ellos mismos se exigen. Sin embargo, quizá se debería obligar al público a descubrir su propia capacidad de entendimiento. Quizá la respuesta sería grata y las producciones no tendrían que medir el nivel intelectual en películas como Aniquilación.
La cinta se construye de manera que la capa superficial no tiene problemas para llegar al espectador más ajeno al séptimo arte, asegurando dos horas de estética y ritmo que no defraudan, incluso a los menos amantes del género. Ahora bien, el encanto del film se encuentra en los mensajes transmitidos de la mano del ya consolidado en el género Alex Garland. El director deja claro su potencial para construir películas de ciencia ficción que no necesitan más de lo necesario para competir con cualquier blockbuster de los últimos años. Cada una de las escenas sirven para avanzar la trama, pero también para contar una verdad, un sentimiento de miedo y de preocupación, para ahondar en la mente humana y hacernos identificar con la protagonista, interpretada de forma sobresaliente por Natalie Portman. El ritmo del guion juega con lo que debemos y no debemos saber de forma tan natural y correcta que el espectador queda frente a la pantalla sin sentirse aburrido o abrumado. Es aquí donde reside la magia de la película y también del género, ¿por qué la ciencia ficción sobrepasa la pantalla?
“Pocos de nosotros cometen suicido, pero todos nos autodestruimos”, es la frase que marca el inicio de la trama y el significado último del film, sabias palabras de la Doctora Ventress a Lena. El ser humano está condenado a su propia aniquilación. No importa el contexto, estar rodeados de una naturaleza maravillosa, de una estética brillante y colorida: nuestra propia condición nos traiciona desde antes de ser conscientes de ello. Y, aún siéndolos, la desgracia está asegurada. Todas las protagonistas presentan problemas: Ventress tiene cáncer, Lena teme haber perdido a su marido, Cass perdió a su hijo por leucemia, Anya es una ex alcohólica y Josie tiene los brazos marcados múltiples intentos de suicidio. Todos los espectadores tardan menos de un abrir y cerrar de ojos en sentirse arropados por sus propios problemas. La muerte se presenta como una opción no tan mala y la depresión, puente evidente entre un lado y otro de la existencia, toma relevancia a medida que avanza la película para remarcarla. El arma más peligrosa de una especie de oso mutante no se encuentra en su fuerza física, sino en la psicológica, en los quejidos de una voz familiar, en la lucha emocional que nos obliga a plantearnos nuestra existencia como seres racionales, como personas débiles ante cualquier muestra de tristeza.
No es de extrañar que todos los parajes estén desiertos, abandonados, pero cubiertos de una vegetación desbordante e intensa. El resurgir de la naturaleza, el indicativo de una nueva vida en la que no somos bienvenidos, porque el futuro requiere un cambio de sociedad. Nuestra etapa ha terminado y, por si no nos hemos dado cuenta, tenemos que echarnos a un lado para dejar a las nuevas generaciones. El desafío del ser humano consiste en reconocerse como un problema para el avance. Aceptarlo es la vía fácil, no hacerlo se convierte en un camino de sufrimiento innecesario para un destino único.
Garland acierta con este momento. La escena es una oda visual, sin diálogos, con un motor tan fuerte como la lucha individual de Lena, porque nosotros somos nuestro propio enemigo. Un final que cierra con un broche de oro el objetivo de la película y nos deja una sensación agridulce. Por un lado, la esperanza de un futuro prometedor para la ciencia ficción. Por otro, el miedo a que la industria no esté preparada para este tipo de cine.
Por: Sara Salguero
Twitter: @sarita_sr93
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