Por: David Cavazos (@DavidCav21)
Dentro del grupo de los tres amigos conformado por los directores Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu, éste último podría ser el más polémico por la cantidad de “pretensiones” que tienen sus películas. Lo que ha caracterizado a este director es que todo lo que hace propone algo. Para beneficio de algunos y desgracia de otros, sus obras tienen una gran carga de mensajes que de manera directa e indirecta resuenan en él. No es de sorprenderse que siendo ganador del Oscar por una obra como Birdman que pega como una crítica y viniendo de una especie de western en la nieve muy sencillo como The Revenant, el director nacido de Ciudad de México regrese después de siete años de ausencia con Bardo: Falsa Crónica de unas Cuantas Verdades, película en la que pone su alma y mente para recapitular (a través de un alter ego visualmente idéntico a él) los momentos más significativos de su vida.
Con la intención de dar un discurso a raíz de ser galardonado por el sindicato de periodismo, Silverio Gama regresa a México después de estar 20 años ausente. A partir de ahí, Silverio vivirá un viaje en el que verá con otros ojos a México, desde sus más oscuros recuerdos, sus más retorcidos deseos, todo esto en una acumulación de momentos oníricos que ponen a Silverio como una versión falsa de Iñárritu, cuyos recuerdos son unas cuantas verdades.
Debo admitir que mis expectativas con Bardo eran nulas. Es más, yo esperaba detestar lo que yo creía que sería un desfile de ego por parte de Iñárritu. Pero no, lo que yo pensaba que era el egocentrismo hecho una película de casi tres horas, se convierte en un viaje emocional, humillante, desgastante y desolador. En parte sí hay un grado de ego, ganas de justificarse a sí mismo, de poner un acumulado de metáforas que el director tratará de explicarte después para ponerse como el centro de atención. Pero es de admirarse que, dentro de las cosas obvias, exista una forma que engancha e inquieta en todo momento.
Bardo es la mente de Iñárritu hecha película, su éxito lo trata como el mayor fracaso de su vida, lo que quiere representar no lo conoce. Lo que quiere ser no lo disfruta, es un hombre que carga con muchas pesadumbres emocionales y profesionales. Iñárritu no se tiene piedad a sí mismo, desde sus comienzos en la televisión, su forma de vida en los Estados Unidos, ha arruinado sus ideales y, al mismo, el concepto que tenemos de él. Todo esto en un evento surreal y que explota los sentidos desde el primer minuto. Bardo es una historia humana, que busca que se le tenga más empatía a Iñárritu que a la causa.
Impecable en cualquier apartado y con un fantástico Daniel Giménez Cacho en una versión nada lejana de la realidad de su director. Con algo de comedia, pero con mucha oscuridad, Bardo me ha sorprendido en el fondo. Pone todo de sí para previsualizar toda clase de momentos significativos, desmentir a México en ciertos instantes, es una película diseñada para que Iñárritu dé su opinión del México actual. Su opinión no será la correcta ni la incorrecta, solamente incompleta pues, aunque Iñárritu pueda ser una representación para México en el cine, a nivel socio político puede ser interpretado por una marioneta o de un carácter nulo.
Es ahí donde una película como Bardo se agradece, no necesariamente por el lado de la evidente presunción, sino por ese lado de auto consciencia que la película carga, una especie de auto Birdman que expone los pensamientos del artista, los cuales no necesariamente pide que estés de acuerdo, sino que los vivas o que, por lo menos, los entiendas. Tal como un 8½ de Fellini, Iñárritu se pone al desnudo en un deleite visual orquestado por Darius Khondji en la fotografía, la cual se asemeja a la de Lubezki para dar la experiencia más inmersiva, al igual que en lo auditivo, poniendo a su disposición que disfruten la película en una gran pantalla antes de que llegue a Netflix el próximo 16 de diciembre.
Bardo: Falsa Crónica de unas Cuantas Verdades de Alejandro González Iñárritu es una película de él para él, pero lo que yo pensaba que sería su máxima obra de egocentrismo (lo es, en parte) también pone su lado más humillante y desgastante, en un evento surreal y único que debe verse en cines antes de su estreno en Netflix para presenciar las absurdas falsas crónicas de unas dolorosas cuantas verdades.
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