Un subgénero que en años recientes ha ido ganando fanáticos es aquel de corte feel-good en el que un conjunto de marginados tiene que alcanzar un objetivo que, por una u otra razón, los sobrepasa de inicio. Esta observación no pretende ser ninguna queja, es comprensible y agradable que las comedias con tintes humanos sean un medio para que el cine nos abrace en periodos complicados o nos otorgue un poquito de esperanza.
En lo que respecta específicamente a la industria francesa, estas cintas han tenido un boom relevante en producción. La encantadora ‘Le Grand Bain’ de Gilles Lellouche (2018) o la audaz ‘Les Crevettes Pailletées’ de Cédric Le Gallo y Maxime Govare (2019) son ejemplos claros de cuán bien funcionan y el efectivo alcance que pueden tener en territorios extranjeros. A estas realizaciones se les une el segundo largometraje del director Emmanuel Courcol, que en nuestro país se estrena bajo el nombre de ‘El Triunfo’.
‘El Triunfo’ tiene como protagonista a Étienne Carboni (Kad Merad), un actor que se encuentra en un mal momento en su carrera, por lo que acepta hacerse cargo de un grupo de teatro dentro de la penitenciaría. Es entonces como conoce a cinco reos en los que, casi de manera fortuita, comienza a detectar talento para la representación. Queriendo empujarlos a conquistar algo más complejo, cambia las fábulas por la obra cumbre del dramaturgo irlandés Samuel Beckett, ‘Esperando a Godot’. El proceso para establecer la puesta en escena será un descubrimiento emocional para todos los involucrados, incluso para aquellos que les eran un obstáculo en principio.
El guión de ‘El Triunfo’, escrito por el propio Courcol y por Thierry de Carbonnières, se encuentra inspirado en una historia verídica. Fue en los 80’s que el profesor Jan Jönsson, en Gotemburgo, Suecia, tuvo la oportunidad de desarrollarla con más de veinte prisioneros, eligiendo a la postre cinco que lograron manejarla con éxito. Cuando el productor Marc Bordure le contó esta anécdota al cineasta lo hizo justamente con la idea de que él era el indicado para llevarla a la pantalla grande, con el reto de hacerle honor al suceso, además de adecuarla a tiempos más recientes y contextos propios de su país.
Es así que Emmanuel Courcol asienta a Étienne y a sus discípulos en la época actual, filmando la película en el centro penitenciario de Meaux-Chaconin. Los actores que conforman el elenco son tan diversos como los que integran las celdas de una cárcel verdadera: Observamos migrantes, hombres sin estudios, criminales peligrosos, tipos arrepentidos que extrañan a sus familias y quieren ocultar su pena con rostros agrestes. Los actores seleccionados despliegan sus personajes de formas delicadas y humanas, sin perder de vista que, más allá de ser culpables, son individuos con sentimientos tan profundos como cualquier ciudadano que se encuentre fuera. Destacan, aunados al cálido pero enérgico Kad Merad, un frustrado Pierre Lottin, un desafiante Sofian Khammes y un soberbio Wabinlé Nabié. Cada uno aporta los gramos suficientes a su papel para enriquecer la trama y a la agrupación en sí.
Además de su cast, y con la intención de hacerle justicia al mérito de ‘El Triunfo’, necesitamos mencionar que resalta de filmes similares gracias a su final, a que se permite dar un paso más adelante. Deseamos ver cómo el equipo sortea dificultades y cumple un propósito, pero ¿Qué sigue cuando han conseguido satisfacciones, pero deben volver al presidio? Courcol tiene a bien señalar, sin caer en exageraciones, el desaliento provocado por unos guardias intransigentes y una directora desinteresada. Lo que Jordan, Moussa, Kamel, Patrick y Alex (sin olvidar al simpático Boïko) vienen a enseñarnos es que muchas veces el crecimiento puede no verse desde afuera, pero dentro es inmenso, y es responsabilidad propia darle la importancia que merece.
‘Esperando a Godot’ se valora por ser una exploración de la espera, pero principalmente de lo absurdo. ‘El Triunfo’ se permite resignificar estos términos y exhibirlos con aquellos que nos resuenan más terrenales, como el vacío, la ausencia o la ociosidad. La calidez de la cinta retira el juicio que pesaba en la espalda de los condenados como una loza, y les otorga las alas de manera inusitada. Si bien podría sonar como cliché decir que el arte salva, en esta ocasión no sólo cumple ese cometido: también transmite pasión, que se transforma en fuego interno y ganas de vivir.
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