Por: Ale Vega (@PATHGRETEL)
“No piensas en las ambulancias hasta que necesitas una, y si necesitas una es el peor día de tu vida”, dice el cineasta estadounidense Luke Lorentzen. Para ejemplificar sus palabras, pone cifras contundentes y despiadadas al principio de su película, en las que nos cuenta que, con una población de nueve millones de personas, el servicio de salud de la Ciudad de México sólo ofrece 45 ambulancias. Sí, suena irreal y terrorífico, y si profundizamos se pone peor: no necesariamente funcionan siempre esas 45, mucho depende de la noche y de cuántas están condiciones de hacerlo.
Es así como comienza Familia de medianoche, el documental del director de New York Cuts (2015) y Santa Cruz del Islote (2014). Esta cinta nos muestra el día a día de los Ochoa, quienes se dedican a manejar una ambulancia privada y salen cada noche a buscar ganarse el sustento al mismo tiempo en que auxilian heridos. Nuestros protagonistas son Fernando Ochoa, otrora trabajador de la Cruz Roja y ahora jefe de la familia encargada de dicha labor, acompañado de sus dos hijos, Juan y Josué. El mayor, de 17 años, lidera dicho vehículo y gestiona la mayor parte de los traslados y decisiones, con un aplomo que demuestra su nivel de madurez. El menor, por su parte, es un jovencito al que le resulta tedioso ir a la primaria, pero disfruta ser parte del equipo que patrulla las calles y ayudar cuando la emergencia lo requiere. Es así como estos tres personajes, acompañados de algunos colaboradores eventuales, andan cada noche en toda la ciudad, y nos permiten descubrir a través de sus viajes las dificultades y sinsabores que viven, así como las alegrías y sus pequeños triunfos.
Familia de medianoche es, antes que nada, una denuncia pública del sistema deficiente al que estamos atenidos los mexicanos. Está claro que la atención médica que se requiere para la población actual no es suficiente ni adecuada, y basta con observar un poquito de las noches que pasan los Ochoa para empatizar con la variedad de casos: una mujer recibió un cabezazo, un hombre cayó de un cuarto piso, un bebé es resucitado mientras su padre drogado es incapaz de dimensionar la gravedad. La familia hace todo lo posible por dar los mejores servicios, pero en el intento de cumplirlo podemos ver lo complicado que es para ellos, ya que no siempre les pagan lo que deberían, o pierden la carrera con otra ambulancia que llega antes al sitio del accidente, o tienen que enfrentarse a la corrupción de la policía, que, como bien sabemos, suelen dedicarse a obstaculizar el trabajo de la gente honesta. Es así como los Ochoa tratan de generar ganancias, que desafortunadamente resultan escasas: Entre materiales, traslados, mantenimiento y mordidas, lo poco que obtienen se distribuye entre varios involucrados, y es así como los vemos sufriendo carencias en algunas tomas, no hay cenas decentes ni descansos adecuados.
Reconocida en festivales como Sundance, Guadalajara y Guanajuato, Familia de Medianoche destaca precisamente porque no busca aleccionar a su audiencia: aquí no hay buenos ni malos, ni correcciones éticas. Los Ochoa tratan de ayudar en todas las ocasiones, pero no olvidan que es su pan de cada día, y, como a cualquier negocio, hay que cuidarlo y sacarle el máximo provecho. Lorentzen pasó más de 3 años filmando con ellos alrededor de 1000 accidentes, y todo este ejercicio le dejó de aprendizaje que el verdadero mal es el que se encuentra en las entrañas de la salud pública: Estamos tan descuidados y vulnerables desde hace tanto tiempo que lo hemos llegado a normalizar. Y mientras que nosotros como población nos mordemos las uñas y rezamos porque un accidente no nos agarre sin solvencia económica, las ambulancias particulares se desgastan intentando salvar gente y tratando de progresar en este peligroso negocio. Al final, como el propio director comenta y muestra en los momentos de humor que provienen de los protagonistas, sólo nos queda ver esta situación muy “a la mexicana”: riamos un poco en la desgracia, para no echarnos a llorar.
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