"Good Boy" es una inmersión audaz y perturbadora en lo que se puede considerar una premisa inusualmente incómoda: un hombre tiene un perro como mascota, pero la perturbadora revelación es que este supuesto perro es en realidad un humano disfrazado. La película noruega, dirigida por Viljar Bøe, se revela como una experiencia cinematográfica que desafía las convenciones y se adentra audazmente en terrenos inexplorados del horror y el desasosiego.
Lo que distingue a "Good Boy" es su habilidad para generar una profunda repulsión en el espectador, explorando el lado oscuro de la relación entre humanos y sus mascotas. La cinta juega con esta premisa inquietante y retorcida, desdibujando las fronteras entre la humanidad y la bestialidad de manera que induce una sensación de incomodidad palpable. A través de una dirección gesticulosa y una narrativa cuidadosamente elaborada, la película desafía las expectativas del espectador, llevándolos a un viaje emocional y psicológico que cuestiona la naturaleza misma de la identidad y la empatía.
Algo con lo que no esperaba encontrarme en una cinta tan independiente y desconocida como esta, era la elección de planos y encuadres; y es que la fotografía es notablemente acertada, contribuyendo significativamente a la creación de un ambiente opresivo y, de cierta manera, intimidante. Los primeros planos intensifican la sensación de cercanía y repulsión, permitiendo a los espectadores ver cada detalle inconcluso y humano en el disfraz del perro. Esta proximidad incómoda obliga a los espectadores a confrontar la naturaleza inquietante de la situación, sumergiéndolos en un estado de incomodidad que perdura durante toda la película.
Algo que tal vez hubiese funcionado de mejor manera es la “revelación” de que nuestro coprotagonista tiene a un humano como perro. Y lo pongo entre comillas porque desde la secuencia inicial nos muestran la relación entre estos dos personajes. Si hubiésemos seguido el punto de vista de Sigrid, la chica protagonista, nosotros -al igual que ella- nos hubiéramos sorprendido con la revelación, y el suspenso se hubiera llevado más lejos. El final es también una de las cosas más sorpresivas que tiene la cinta, pues sin hacer spoilers, la inclusión de la audiencia a la trama con el rompimiento de la cuarta pared, genera una complicidad espectador-autor que vuelve aún más intrigante a la narrativa. Esa elección de planos y el corte tan repentino funciona para que el espectador (me pasó a mí) procese la cinta y se quede con un sabor de boca mucho más completo al cerrar el círculo del protagonista.
Sin embargo, a pesar de las nulas expectativas iniciales, "Good Boy” trasciende las limitaciones del género de horror convencional para convertirse en una experiencia cinematográfica que se vale más por su capacidad para provocar desasosiego que por su habilidad para asustar. En lugar de depender de los sustos típicos del género, la película se enfoca en explorar -en mayor o menor medida- la psique humana y desentrañar los aspectos más oscuros de nuestra conexión con los animales. La incomodidad que genera "Good Boy” no proviene únicamente del aspecto visual, sino también de la reflexión interna que se suscita sobre las complejidades de la empatía y la identidad
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