Por: Ale Vega (@PATHGRETEL)
Seamos afines o no a la religión que impera en México, todos nos hacemos una idea clara de lo que representa la Virgen de Guadalupe para el catolicismo: Fue la encargada de entregarle al mundo a su salvador, de manera abnegada y pura, cumpliendo así el designio divino para el que fue requerida. Su imagen, inmaculada y sacra, sigue siendo guía y amparo imprescindible para muchos creyentes.
Y bajo estas percepciones de las madres, quizá no canonizadas pero igualmente venerables, crecimos la mayoría. La figura impoluta que éstas personifican se entiende también como eslabón primario de las familias latinoamericanas, extendiendo cadenas y cadenas que se unen y que las obligan a dejar de ser un individuo para convertirse en sostén del bien común de una sociedad.
Es justamente por representaciones como ésta que la maternidad es un tema en extremo delicado, al que se suele tratar con pinzas. Son pocas las películas que se acercan a ella de maneras incómodas o desagradables. ‘We Need to Talk About Kevin’ (2011), ‘Good Manners’ (2017), ‘Rosemary’s Baby’ (1968) o ‘Los Motivos de Luz’ (1985) son algunas de las pocas que se atrevieron a rebasar la barrera para abordar lo intocable o escondido de la condición, y a este grupo se les une hoy ‘Huesera’, ópera prima de la directora Michelle Garza Cervera.
‘Huesera’ tiene como protagonista a Valeria (Natalia Solián), una joven que ha planeado su embarazo al lado de su marido (Alfonso Dosal) y comienza sus preparativos para recibir al bebé. Lo que empieza siendo una ilusión para ella se va tornando una pesadilla conforme van desarrollándose en Valeria dudas y arrepentimiento, al mismo tiempo que la agobian apariciones sobrenaturales y visiones perturbadoras.
Como su nombre lo indica, ‘Huesera’ nace de la leyenda titulada “La Huesera”, aquella en la que una mujer atraviesa un proceso doloroso recolectando huesos (de lobos, específicamente) con el fin de construir a un ser libre. Para nuestro personaje principal, que inicia la cinta con una enorme sonrisa y grandes planes, la transformación parece ir al revés: mientras avanza la gestación, sus parientes y su pareja van dejando de lado a la propia Valeria para concentrarse en la criatura que nacerá, acentuando esa sensación de pérdida de identidad y personalidad. El camino al alumbramiento se vuelve gradualmente un conjunto de abandonos: dejar su oficio, su taller, su libertad. El anhelo desaparece de su vida para dar paso a la desolación y los cuestionamientos internos, que nadie - a excepción de su tía (Mercedes Hernández) y de Octavia (Mayra Batalla)- parece comprender, a veces ni siquiera querer escuchar.
Punto y aparte es lo que proviene de sus alucinaciones, en las que hay arañas, seres que se infringen dolor y partes rotas del cuerpo. ¿De dónde provienen? ¿Qué buscan comunicarle a Valeria? Lo vamos dilucidando al tiempo que nos dejamos envolver por la delicada y contundente cinematografía de Nur Rubio Sherwell (‘El Rey de la Fiesta’) y el espectacular diseño de sonido de Christian Giraud (‘Belzebuth’), que nos provoca escalofríos constantes cada vez que algo truena, haciéndonos conscientes de nuestra fragilidad. Michelle Garza Cervera tiene a bien evitarse jumpscares, construyendo el suspenso en su público gracias a la facilidad para identificarse dentro de la historia: los escenarios naturalmente chilangos, la alusión a la familia promedio, el ruido citadino y la idiosincrasia mexicana que, sin piedad ni miramientos, carga en su población femenina el peso de deber ser un ente dispuesto a sacrificarse por los suyos, a costa de lo que sea.
Estrenada en el Festival de Tribeca 2022 (donde se hizo acreedora a un par de galardones), ‘Huesera’ utiliza el terror para crear conversación entre su audiencia, debates necesarios para erradicar creencias y tradiciones que se han perpetuado sin deliberar. Tronarse los dedos es un signo inequívoco de ansiedad o temor, y muchas veces esos términos pueden acuñarse al hecho de ser mamá: casi nunca es dicha completa, no todo es color de rosa. La cineasta, con su guion desafiante y una disertación valiente, nos deja claro que nuestro miedo más grande debería ser, sin duda, perder nuestra esencia para complacer el qué dirán.
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