Infinity Pool: La dicha de deshacernos de la culpa

Por: Ale Vega (@PATHGRETEL)

Vacacionar es inherentemente hedonista. Si bien el descanso es necesario y es razón primordial para tomarlas, hay en dicha actividad un marcado interés por encumbrar los placeres. Se invierte en una estancia cómoda, se descubren nuevos paisajes y experiencias, se gasta en amenidades y novedades sin importar que éstas sean de un precio exacerbado. A final de cuentas, cada pequeña cosa que nos otorgamos en este evento es parte de un integral: permitirnos, al menos por un ratito, la siempre gratificante vida sibarita.

Brandon Cronenberg lo sabe, e incluso reconoce haber sido parte de esta dinámica. Gracias a una peculiar estancia en República Dominicana, el director canadiense desarrolló la historia que desembocó en la película que hoy tenemos en cartelera, llamada ‘Muerte Infinita’ (‘Infinity Pool’). Esta tiene como protagonista a James Foster (Alexander Skarsgård), un escritor que se encuentra acompañado de su acaudalada esposa Em (Cleopatra Coleman) disfrutando de un exclusivo resort en Li Tolqa. La situación se torna interesante con la aparición de Gabi (Mia Goth) y Alban (Jalil Lespert), una pareja que pronto se hace amiga de ellos, invitándolos eventualmente a salir del hotel. A partir de un accidente en el que los cuatro se verán involucrados, la vida de James se desbordará de exuberancias, desasosiego y desquicio.

Como había mostrado en sus dos anteriores filmes – ‘Antiviral’ (2012) y ‘Possessor’ (2020) -, Brandon Cronenberg toma de nuevo una distopía como base para hablar acerca de identidades, suplantación y doppelgängers. Para llevar a cabo este planteamiento, el cineasta elige a Alexander Skarsgård, quien venía de colaborar con Robert Eggers en ‘The Northman’, y a Mia Goth, aclamada por las cintas de Ti West en las que fue estelar. Ambos entregan actuaciones sobresalientes, en las que no sólo se desmesuran en la violencia, también en lo sórdido, lo engañoso y lo sexual. El encanto y fuerza de Goth se encargan de hacer que Skarsgård transicione de ídolo a sumiso, en una espiral en la que se ve arrastrado igualmente el espectador cautivo. Si bien la premisa y sus excesos no son para todo tipo de audiencia, poco hace falta para que, una vez inmersos en ambos, nos descubramos hipnotizados por ellos.

Otro de los aciertos de ‘Muerte Infinita’ es el núcleo de su relato, que recae en el turismo abusivo. En un mundo cada vez más globalizado, estas visitas parecen más un ataque terrorista que una oportunidad de desarrollo. Después de haber visto largometrajes recientes como ‘Triangle of Sadness’ y ‘Veneciafrenia’, además de series como ‘The White Lotus’, tenemos cada vez más claro que se han vuelto una plaga, que arrasa sin miramientos a su paso, con nulo respeto por las culturas y costumbres que ni siquiera se toman la molestia de comprender. Aquí, las máscaras de Li Tolqa son utilizadas para cometer crímenes, los elementos de ceremonias religiosas se toman como alucinógenos recreativos, y la pobreza de los alrededores se entiende como exótica, cual si estuviera establecida para entretener a millonarios aburridos.

Con una mezcla de terror y horror corporal que se salpica de momentos de humor negro, ‘Muerte Infinita’ logra cuestionar a su público con el escabroso concepto de cuán lejos podemos llegar si fuera posible deshacernos de las consecuencias de nuestros actos. James, Gabi y su clan tienen a su alcance la tentadora idea de utilizar una réplica de sí mismos para evitar los castigos de sus fechorías, y esta opción no sólo da pie a que se alejen de la moral y la culpa como la conocían, también de hundirse en lo más bajo, aquello que sólo puede exponerse cuando hay ausencia de miedo. Así es como Cronenberg exhibe a la raza humana, raspando lo más profundo de su psique: Si la supervivencia y el temor a la muerte son el móvil esencial de nuestras decisiones, ¿cuánto realmente quedaría de nosotros si esto desaparece?