La forma del agua: la técnica se impone ante el guion
- Redacción CinéfilosMX
- 6 mar 2018
- 3 Min. de lectura
Monstruos, amor y fronteras. Bienvenidos a un mundo de fantasía para evadirnos de la difícil realidad.

No es de extrañar que en las últimas semanas Guillermo del Toro se haya posicionado en el centro de las críticas, no solo acaparando la atención mediática, sino en el sentido literal de la expresión, en la fina línea entre el bien y el mal.
Años 60, Estados Unidos. En plena Guerra fría, Elisa, una joven muda, trabaja como empleada de la limpieza en un laboratorio secreto del gobierno. Su monótona vida se verá interrumpida por la llegada de un misterioso hombre pez, un ejemplar único capturado para ser objeto de experimento y tortura. Pero Elisa ve más allá de la superficie, la unión entre ambos se vuelve más fuerte con cada encuentro y los sentimientos afloran construyendo una relación que atraviesa cualquier frontera. Sin embargo, la realidad es muy distinta y el mundo no está preparado para aceptar estos cambios.
Guillermo del Toro consigue al fin la estatuilla al traernos una delicia de cuento donde el amor y los valores se alzan frente al enemigo más temido del ser humano: el poder. La cinta cuenta con el impecable sello del director por resaltar la belleza y las emociones a través de la estética, exenta de fallos, envolviendo al espectador en un estado de embriaguez tan eficaz que nos hace querer ver más. Y quizá ahí encontramos el problema. Quizá el cuento solo sea un cuento.
Los personajes presumen de una construcción digna, de personalidades fuertes y creíbles gracias a la maravillosa actuación de todos y cada uno de sus actores. El espectador se ve identificado y siente empatía por sus desafortunadas situaciones: tanto Elisa (Sally Hawkins) como Zelda (Octavia Spencer), Giles (Richard Jenkins), nuestro hombre pez (Doug Jones) o incluso el coronel Strickland (Michael Shannon) viven encerrados en una vida que no desean.
La ambientación nos arrastra a un pasado agridulce, donde las viejas técnicas a mano del viejo Giles acaparan la atención de cualquiera pero no son suficientes para evitar la llegada del progreso, donde vivir sobre los cimientos de un cine clásico no puede suplir las limosnas de su dueño para visitarlo. La banda sonora se otorga un papel fundamental para la transmisión del discurso fílmico. Y la paleta de colores rematan la credencial de una historia que tiene que ser brillante y turbia al mismo tiempo. Todo parece listo para que una voz off nos acompañe de la mano a adentrarnos en esta experiencia por la puerta grande, totalmente inmersos en la vida acuática. Pero, ¿dónde termina la historia? ¿dónde queda el objetivo final de todas estas exquisiteces?

Dejar de divagar la mente a todas horas y contemplar la posibilidad de un mundo acuático más digno que nuestro mundo para ser feliz resulta tan fascinante que nos hace querer ser la protagonista para dar ese paso adelante, para imitarla y romper con las convenciones de una sociedad impuesta. Sin embargo, la originalidad nace y muere con una historia sin trasfondo más allá de chico y chica se salvan mutuamente, y el mensaje inicial, tan potente en su origen, no logra salvar la superficie y destacar como un discurso digno de la calidad técnica del film.
¿Merece la pena acudir a las salas de cine? Por supuesto, la película es una oda visual y sonora que hará disfrutar al espectador de cualquier edad. Pero no intentemos mirar más allá, no intentemos descifrar enigmas donde no hay respuestas. Solo disfrutemos de lo que se nos está regalando, un cuento de hadas para evadirnos del mundo exterior durante dos horas. De lo contrario, la película caerá en picado y no logrará cumplir su objetivo.
Preguntarnos ahora si esto supone un problema tiene una respuesta sencilla: absolutamente no. No existe una ley que obligue a presentar una obra maestra a nivel de guion para poder hacer una película, para poder llenar una sala de cine o para poder reconocerse como uno de las figuras más notables del cine en las últimas décadas. El objetivo es amplio, sin directrices a excepción de una: cumplirlo. Y La forma del agua lo cumple con creces.
Por: Sara Salguero
Twitter: sarita_sr93
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