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Foto del escritorAle Vega

La Gran Libertad: La lealtad a nuestra esencia.

Por: Ale Vega (@PATHGRETEL)


En el cine, la Segunda Guerra Mundial ha tenido innumerables representaciones, surgidas desde sus múltiples aristas. Hemos visto la ocupación nazi, el sufrimiento judío y la deshumanización de una población que se encontraba en el medio. Los géneros para abordar tales temas también han sido variados, incluso algunos han partido de la comedia o el thriller. Si bien pareciera ser un tópico explotado, la realidad es que siempre suma el recordarle al público la infamia vivida, con el fin de evitar a toda costa que algo similar vuelva a suceder.



El cineasta Sebastian Meise encontró, sin embargo, un abuso a los derechos humanos que se relacionaba también con esta época, pero del que curiosamente nadie hablaba. Leyendo un libro de la historia queer de Hamburgo, se topó con el texto que hablaba del párrafo 175, el cual trataba de una ley que criminalizaba la homosexualidad. Siendo ésta una desvergonzada persecución en contra de gente inocente, el realizador buscó visibilizar aquellas injusticias, y fue ésta la inspiración que dio paso a su más reciente película, titulada ‘La Gran Libertad’.


La cinta comienza con imágenes de encuentros clandestinos en un baño, en donde los hombres buscan placer y complicidad. Nuestro protagonista es Hans Hoffman (Franz Rogowski), un joven judío que ha sido liberado de los campos de concentración, pero se encuentra nuevamente atrapado, esta vez en una cárcel, por haber sostenido relaciones con personas de su mismo género. Considerado entonces un criminal, comparte celda con Viktor (Georg Friedrich), un preso que, a pesar de sentir cierto rechazo en un inicio por Hans y su situación, logra empatizar un poco con él al conocer su pasado. Así, a través de distintos años en los que Hoffman se encuentra encarcelado (1945, 1957 y 1969), conocemos las penas de ambos, las pérdidas y los silenciosos sufrimientos, y su supervivencia en el ambiente hostil, gracias al recurso del acompañamiento y la comprensión.


‘La Gran Libertad’ es entonces una ventana más a esa época devastadora en que los oprimidos tenían todo en su contra, pero Sebastian Meise elige –muy acertadamente- evitar el camino de la victimización y concentrarse en un hombre que, pese a ser eternamente señalado, sigue siendo fiel a sí mismo, plenamente consciente de quién es y qué quiere. El actor alemán Franz Rogowski, quien interpreta a un Hans fuerte y carismático, imprime en su papel una inesperada sensibilidad que florece sin necesidad de exageraciones o dramatismo. La transmite al espectador en pequeños vistazos, detalles que apreciamos en forma de dirigirse, sus gestos sutiles o su comportamiento con los otros. El Hans de Rogowski nos guía con sus discretos cambios de look en los saltos de tiempo mientras conocemos lo que ha sucedido con su vida y sus amores: lo que ha perdido, lo que ha luchado y todo lo que ha ganado casi sin saberlo.


Para encuadrar a un personaje que posee tal garbo y valentía, Meise tiene a bien designar como contraparte a Viktor, un hombre que ha perdido cualquier esperanza y se abandona a la tinta, las adicciones y la escasa pornografía que posee. Tan arisca como se esperaría, la actuación combina perfectamente con la cárcel en la que los protagonistas se encuentran: un sitio frío y aséptico, en donde la violencia es lo primero que aparece y ha dejado de existir la conmiseración. El director la filmó en una prisión de verdad a sabiendas de que la atmósfera ahí existente se impregnaría en su staff, poniendo a todos en la misma sintonía. El resultado de esta idea es casi palpable: la cinematografía de Crystel Fournier nos lleva a habitar espacios ínfimos plagados de azules y grises que, gracias a la delicadeza con la que son mostrados, nos otorgan una sensación de hogar, un refugio para aquellos que han caído ahí dentro pero nunca permitieron que éste los devorara.



Ganadora del Premio del Jurado en la sección ‘Un Certain Regard’ en el Festival de Cine de Cannes del 2021, ‘La Gran Libertad’ es un ejemplo de que la frase “Amor es amor” (mencionada frecuentemente en cuestiones la comunidad LGBTQ+) no concierne sólo al plano romántico, y que su significado abarca mucho más allá de las relaciones de pareja. En el trato de Hans a sus semejantes, su ternura, su arrojo y su amistad con Viktor hay un lenguaje de cariño y cuidado que no necesita de palabras ni explicaciones para ser asimilado: aún en los lugares más desagradables y limitados, la esencia de nuestra identidad y acciones definirá lo que realmente somos.

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