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Foto del escritorAle Vega

La Mesita del Comedor: Armando el terror una pieza a la vez.

 

“Supongamos que hay una bomba debajo de esta mesa. No pasa nada, y de repente, ¡Boom! Se produce una explosión. El público se sorprende, pero antes ha visto una escena ordinaria, sin ninguna consecuencia especial. Ahora, tomemos una situación de suspenso. La bomba está debajo de la mesa y la gente lo sabe... En estas condiciones, esta misma conversación inocua se vuelve fascinante porque el público participa en el secreto. En el primer caso, hemos dado quince segundos de sorpresa en el momento de la explosión. En el segundo, le hemos proporcionado quince minutos de suspenso”. Así es como el icónico Alfred Hitchcock explicaba la forma en la que este género era capaz de producir en la audiencia una tensión duradera, haciéndola al mismo tiempo cómplice, con las respectivas sensaciones perturbadoras.



Ya se encuentra en salas de nuestro país una cinta que justo acude a las bases de esta premisa para regalarnos una película tan terrorífica como inolvidable. ‘La Mesita del Comedor’ es la historia del matrimonio de Jesús (David Pareja) y María (Estefanía de los Santos), quienes acaban de convertirse en padres, aunque su relación no está en el mejor momento. La trama comienza cuando este par está en una tienda comprando una mesa de centro, cuyo diseño les provoca una discusión. Terminan por llevarla a su departamento, sin saber que será este objeto kitsch el que les traerá una desgracia que no hubieran concebido ni en sus peores pesadillas.


Es primordial acercarse a ‘La Mesita del Comedor’ sin saber demasiado de su argumento, ya que la sorpresa es parte esencial de su encanto. Podemos, eso sí, señalar al espectador que la comedia negra va muy de la mano con el pánico que se experimenta en el visionado. Cayetano Casas, su director y coguionista (acompañado por Cristina Borobia), nos invita a entrar al hogar de una familia cuya dinámica se encuentra en el pico de la frustración: Jesús está harto de no ser tomado en cuenta, María de pelear con él, y en medio hay un bebé que los tiene cansados y en discordia; por lo tanto, hay en este dúo pláticas irónicas, risas desbordadas de burla y reclamos velados frente a terceros. El realizador incluso utiliza su propio nombre para hacer un gag que se vuelve recurrente con su diminutivo, llevando al público a reírse inevitablemente mientras el crescendo de nerviosismo palpita dentro de ellos.


Mucho del peso específico de ‘La Mesita del Comedor’ se asienta idóneo gracias a las actuaciones que le sostienen. Dado que se sitúa en una única locación (sin contar una visita express al supermercado), son sus personajes los que se dan a la tarea de que todo crezca de manera exponencial. David Pareja es quizá el más notable del reparto, con la insostenible carga de un secreto que amenaza con revelarse y el sufrimiento que conlleva, aunque no se queda atrás Estefanía de los Santos, que con la crueldad de sus diálogos y la constante sorna con la que le habla a Jesús nos lleva al desagrado, y sin embargo esto nunca muta en desprecio: al fin y al cabo, sabemos algo que ella no, y desarrollamos una suerte de empatía por eso. Complementan perfectamente el elenco una muy ilusionada y odiosa preadolescente (Gala Flores), un hermano bullicioso (Josep Riera) y su muy joven novia (Claudia Riera), que van siendo arrastrados sin saberlo a la vorágine de horror en aras de desatarse.



Y la construcción de este horror es no sólo digna de revisión, sirve además como ejemplo para que otros cineastas comprendan que el miedo para nada se cimienta en jumpscares, monstruos o seres paranormales. El acierto monumental de Casas es mantener su perspectiva en lo cotidiano, en la normalidad, en los espacios que consideramos seguros e íntimos. Nos recuerda que lo catastrófico está a la vuelta de la esquina, esperando que nos descuidemos un segundo para impactar nuestras existencias. En una filmación de diez días de duración y un modesto presupuesto, ‘La Mesita del Comedor’ tiene la valentía (que, así como la alejó de Sitges, también le ha acarreado varios premios alrededor del mundo) de poner ante nuestra mirada que la vida es cruel, y la inevitabilidad de las circunstancias es el engendro más despiadado: hasta las cosas más sencillas, como la falta de un tornillo, puede hacernos perder la cabeza.

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