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Foto del escritorFreddie Montes

Licorice Pizza: A propósito de nada

Por: Freddie Montes (@FreddieMontes)


Con tres nominaciones al Oscar en su palmarés, incluyendo la de Mejor Película, llega a algunas salas de cine mexicanas el octavo largometraje de Paul Thomas Anderson, una cinta a cerca de nada que tiene como protagonistas a los debutantes Alana Haim, integrante de la banda Haim, y Cooper Hoffman, hijo del fallecido histrión Philip Seymour Hoffman.



Este filme se desarrolla en Los Ángeles de los años setenta. Inicia en el día de la foto de una secundaria, en el cual Alana Kane (Alana Haim), una asistente de fotografía veinteañera, conoce a Gary Valentine (Cooper Hoffman), un niño actor quinceañero con mucha autoestima que empieza a coquetear con ella. Los avances del chico no dan frutos, pero sí sirven para dar inicio a una amistad que traerá consigo éxitos, fracasos, desencantos y romances propios de la juventud.


Decir que una película trata sobre nada generalmente sería usado como algo peyorativo, sin embargo, sucede algo particular con ‘Licorice Pizza’, ya que, a pesar de ser un trabajo conformado por varias historias presentadas a manera de anécdotas, resulta ser un producto bastante aceptable gracias a la increíble y nunca cuestionada capacidad como cineasta de su creador, el californiano Paul Thomas Anderson. Y es que es cierto lo que la mayoría de la gente dice, el conjunto de pequeñas historias que aquí se presentan no van a ningún lado, al final de camino no te importa el desenlace que tenga los personajes, es difícil conectar con este producto por algo más que los chispazos que lo conforman, pero también es una realidad que la poca o mucha magia que tiene esta película se debe completamente a la forma de dirigir de Anderson, y no me refiero a que filme bonito, sino a que su forma de manejar la cámara, de encuadrar las tomas, de dirigir actores y de mostrar en lugar de decir llevan este simple y vano guion a un nivel superior al del resto de las cintas que sólo funcionan a manera de anecdotarios. En este punto, es importante hacer mención de Michael Bauman, quien, junto al propio Paul, es el encargado de la dirección de fotografía.


Dentro de las cosas sobresalientes y muy bien cuidadas que tiene esta producción aparece el diseño de arte. Primero, los vestuarios, son de época pero no se busca ser extravagante a través de ellos, al contrario, son resultado de un trabajo bastante discreto pero que, por lo mismo, te permite transportarte a la época por medio de cómo se ven los personajes. Así mismo, otro elemento que te permite adentrarte en este universo son, por supuesto, los escenarios, pero nuevamente estamos ante un trabajo moderado, no es una de esas películas que buscan por medio de su lente hacer de las locaciones un protagonista más, regalándonos una y otra vez tomas y tomas sobre lugares o paisajes que permitan remitirnos a la época, aquí son un personaje secundario, sabemos que están ahí, de fondo, acompañando la historia, pero nunca tratando de robar cámara, siendo precisamente ese hecho el que ayuda a que estemos, quizá sin darnos cuenta, dentro de Los Ángeles de los años setentas. De igual manera, el soundtrack resulta ser otro elemento de primer nivel que logra adentrar al espectador en la historia, pero no de manera gratuita, sino en concordancia con lo que se está mostrando.


Pero si hablamos de puntos altos en esta película, tenemos que traer a la mesa el rubro de las actuaciones como su gran valor. Empezamos con la protagonista, Alana Haim, mujer encargada de llevar los hilos de la cinta en el apartado histriónico, labor que cumple como si llevara años dedicándose a esta profesión. Lo interesante con ella es que su personaje está lleno de matices (quizá sea la única que los tenga), por una parte es una chica que proyecta madurez pero que en el fondo está repleta de inseguridades, miedos y dudas sobre su presente y futuro, así mismo, en una escena puede ser la persona que lleva los hilos de una relación para minutos después mostrarse como una persona dispuesta a ser embaucada por las palabras de un tercero a cambio de sentirse querida. Por otra parte tenemos a Cooper Hoffman, un tipo encantador que transmite a la perfección lo que representa su papel, un joven que irradia confianza a pesar de las múltiples inseguridades que a esa edad envuelven a cualquiera. Los secundarios son cumplidores, aunque realmente todos son pasajeros, los únicos que brillan, tanto por su papel como por los actores que los interpretan, son Sean Penn y Bradley Cooper, el primero brillante como un tipo que sólo añora sus viejas glorias; el segundo, como un maniático que es protagonista de uno de los mejores momentos del filme.

A pesar de no ir a nada debido a ser un simple conjunto de anécdotas, éstas resultan ser altamente lucidas, es increíble la profundidad que alcanzan varios de los diálogos que conforman esta cinta. Son constantes las conversaciones en las que se dice mucho sobre el actuar humano, a veces en un tono dramático ligero, pero, la mayoría de las veces, disfrazados con líneas realmente cómicas que permiten aligerar las situaciones y, de paso, hacer que el espectador pueda recordar su etapa de juventud en la que todo, por más dramático, feliz, exitoso o vergonzoso que resultara en su momento, se recuerda, debido a la naturalidad del tiempo, en un tono mucho más ligero. Por si lo anterior no fuera poco, hay situaciones o pequeños momentos en los que somos testigos de puntos de comedia hilarante, muchas veces siendo ciertamente inteligente, pero muchos otros dedicados al humor de pastelazo donde se busca entretener al espectador con gente golpeándose o cayéndose. Lo interesante es que esto último no se siente ridículo, sino que logra estar completamente en el tono que se presenta.


A pesar de los interesantes puntos anteriormente expuestos, el problema de la cinta es, como ya lo he repetido, que no va sobre nada, los conflictos no son más que pasajeros, pero el guion, analizado de forma general, no cuenta con ningún tipo de clímax, no hay situaciones que en conjunto amalgamen una historia, simplemente somos testigos de una reunión de anécdotas que, sí, la mayoría son funcionales, pero cuando no es el caso le da tiempo para reflexionar al espectador sobre el hecho de que la historia no va a ningún lado, por lo que fácilmente puede terminar desencantando a la audiencia y rompiendo con la atención de la misma. Además, es imposible no comentar que estamos ante una decaída (mínima) en la calidad de películas que está acostumbrado a regalarnos Paul Thomas Anderson, no porque sea un cambio radical de tono, eso es completamente natural en un artista de esta magnitud, sino que resulta increíble que el escritor de joyas tan profundas y complejas como ‘Boogie Nights’, ‘Magnolia’, ‘There Will Be Blood’, ‘The Master’ o ‘Phantom Thread’, se haya quedado cómodo con algo narrativamente tan simplón, como si el oriundo de Los Ángeles hubiera escrito en piloto automático o se hubiera quedado con ese borrador repleto de buenas ideas pero al que le faltó una intensiva revisión final que le permitiera agregar conectores para decirnos algo más o quitar mucha paja para concluir con algo mucho más conciso sin necesidad de arriesgar su tesis.



‘Licorice Pizza’ es una de las películas más flojas dentro de la filmografía de Paul Thomas Anderson. Aun así, es un producto bueno a secas que cumple en rubros como la fotografía, la edición, la banda sonora, el diseño de arte y las actuaciones (como si lo anterior fuera poca cosa). Sin embargo, no deja de impactar la capacidad como cineasta que posee este hombre, ya que logra mantener al espectador inmerso en este mundo gracias a su enorme calidad para dirigir, y no me refiero a filmar bonito (que sí), sino a los movimientos de cámara, sus acercamientos, su manejo de los tiempos, el uso de los silencios y lo que elije mostrar o dejar de mostrar. Sin duda, este filme es un ejemplo más de que PTA es un artista de grandes proporciones que incluso en piloto automático brilla tras la cámara. Lástima del guion tan pobre que se mandó, el cual con algunos conectores narrativos o quitando un poco de paja funcionaría como uno de los grandes relatos sobre la juventud y la maduración del cine contemporáneo.

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