Por: Ale Vega (@PATHGRETEL)
Mucho puede hablarse en el cine de cómo se manejan las religiones y cuáles son sus alcances en la vida de sus feligreses. Desde historias de amor y redención hasta sufrimiento y arrepentimiento, la forma en que nos cuentan las historias que tienen a los creyentes como eje principal son usualmente sobrecogedoras y fascinantes, nos causan temor y curiosidad por igual.
El caso de ‘Los Iluminados’ (Les Éblouis, en su idioma original), la ópera prima de la actriz y directora francesa Sarah Suco, es parecido a estas premisas, pero con un ángulo que pocas veces se toca en ellas: Cómo una comunidad de católicos se traduce, sutil y peligrosamente, en una secta. La película nos lleva a la ciudad de Angoulème, donde vive la familia Lourmel. Christine (Camille Cottin) y Frédéric (Éric Caravaca) son una contadora y un maestro padres de cuatro hijos, a quienes, en su intento de darles una mejor formación ética, deciden llevar a la iglesia, manejada por un grupo que lleva por nombre La Comunidad de la Paloma. Ahí, su hija mayor, una muchachita despierta y alegre llamada Camille, se enfrentará a la realidad aterradora que comanda un pastor dominante (Jean-Pierre Darroussin) junto a su ciega y obediente congregación, quienes poco a poco irán absorbiendo la mente y la voluntad de sus papás. Tendrá que hacerse cargo de sus hermanos pequeños dentro de este ambiente hostil y decadente mientras lucha por no ser una más de la oscura comuna, al mismo tiempo que trata de entender su propia adolescencia y naturaleza.
‘Los Iluminados’ es una película de trama difícil, cuyas situaciones polémicas y frustrantes son bien representadas gracias a la extraordinaria actuación de nuestra protagonista, la joven actriz Céleste Brunnquell. El espectro de emociones que maneja durante la cinta es variado, recorre un camino que va de la felicidad que le causa practicar “clown” y salir con Boris (Spencer Bogaert); la preocupación por la ceguera en una comunidad que acata órdenes sin cuestionar; el miedo que siente al darse cuenta de que sus padres han caído en una espiral que no cesa; y la desesperanza, cuando se da cuenta de que sí está sola y que depende sólo de ella el futuro de tres niños que no comprenden bien lo que sucede. El personaje de Camille lleva en hombros una carga demasiado pesada, que los espectadores pueden sentir fácilmente al empatizar con su terrible caso. Es espeluznante imaginar a una muchacha que apenas está empezando a entender el mundo, tratar de escapar de un hoyo negro en el que la culpa y los castigos tienen sometidos a una lastimosa sociedad. Como público, nos encantaría imaginar que los horrorosos actos de los que somos testigos en ‘Los Iluminados’ son parte de una trama ficticia y no más; sin embargo, la propia directora (quien además escribió el guión, al lado del también director Nicolas Silhol) cuenta que ella misma vivió en un ambiente muy similar al de su filme de los 8 a los 18 años, así como millones de niños alrededor del mundo son presas de familiares que pasaron de ser creyentes a fanáticos, haciendo de la religión, en lugar de un oasis de paz, una prisión.
Porque, efectivamente, el fanatismo es la clave del sufrimiento en esta cinta. Esa creencia incuestionable en la iglesia y sus enseñanzas hace que la familia Lourmel pase por alto la codicia de sus mandos, el terror físico y psicológico que sufren los feligreses que ahí viven, y los actos despiadados y sin justificación que generan gradualmente pánico y sumisión en ellos. Christine pone a La Comunidad de la Paloma por encima de la razón y el instinto maternal, arrastrando con ella a un marido confundido y pusilánime. Los niños, sin embargo, son la moraleja de esta oscura historia: A pesar de sus cortas edades, ponen frecuentemente en tela de juicio las formas de proceder del clérigo, e intentan como pueden zafarse de lo que es, a ojos vistos, una locura. Nos enseñan que debemos tener, como ellos, una visión autónoma y alerta, esa que anhela una existencia justa y feliz, para no caer en el borreguismo. Los pequeños Lourmel nos recuerdan que el criterio, la inteligencia y el pensamiento propio son las mejores armas que poseemos para defendernos del mundo.
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