Por: Freddie Montes (@FreddieMontes)
Sam Levinson, creador de la serie Euphoria, llega a Netflix con este proyecto filmado en secreto durante la pandemia que tiene como protagonistas a Zendaya y John David Washington, quienes también participan como productores.
Tras el estreno de su película, un director de cine arriba a casa con la intención de relejarse mientras espera la publicación de las críticas de los medios más importantes. Pero cuando su novia expone su descontento ante una situación ocurrida horas atrás, la noche toma un rumbo inesperado que derivará en una discusión capaz de sacar lo peor de cada uno.
Los proyectos cinematográficos de corte minimalista generalmente resultan, por decir lo menos, interesantes. Que su acción se desarrolle en contadas locaciones y con pocos personajes es una oportunidad para exponer las filias y fobias de sus protagonistas, las cuales terminan por ser, en mayor o menor medida, similares a las de la mayor parte de la audiencia. A esto se suma una exposición de las relaciones interpersonales que terminan por exponer la fragilidad de las mismas. Lo riesgoso en este tipo de cine es que requiere de un guion realmente poderoso, tanto en estructura, como en desarrollo de personajes y, sobre todo, en sus diálogos. Y este es el mayor problema de Malcolm & Marie, podrá estar filmada en blanco y negro y tener a la actriz juvenil más popular del momento, pero su guion es realmente pobre.
El primer punto es la estructura. En este tipo de cintas las discusiones o peleas entre personajes representan un punto climático de la historia, todo el escenario se va preparando para que esta explosiva situación represente un momento de tensión y posterior liberación tanto para los personajes como para el espectador, culminando con un descenso en las emociones que generalmente sirve para encaminarnos al desenlace. Pero este filme solo se conforma de discusiones, una tras otra, y lo que es más grave, todas en un mismo tono, lo que termina por regalarnos una película plana, cuyos tres actos están estructurados exactamente de la misma manera.
De la mano del punto anterior, tenemos el tema del desarrollo de personajes. La película busca, en sus primeros minutos, que los espectadores empaticemos con el protagonista masculino, mostrándolo como un tipo relajado, a punto de abrir las puertas del éxito y que está cómodo con su vida, mientras el personaje femenino funge como una simple espectadora. Pero cuando ella comienza a interactuar, lo hace discutiendo directamente. Claro está que la intención del guionista, que es el mismo Sam Levinson, no es buscar la empatía inmediata con ella, pero cuando su descontento inicial nos muestra el poco interés que le tiene su pareja, convierte a éste último en un personaje antipático, creando una primer barrera emocional con nuestros únicos protagonistas que en ningún momento de la cinta se logra superar. Los personajes no cuentan con un arco dramático, aunque vamos descubriendo algunas cosas sobre su pasado éstas no ayudan a que sean más que dos tipos que no nos importan, peleando por cosas que no nos importan. Toda la empatía que se puede generar con ellos recae en el hecho de que Washington está simpático y Zendaya es amada por todos, nada más.
Por último tenemos los diálogos. Es cierto que algunas líneas de las discusiones y otras tantas relacionadas con la crítica a los críticos de cine son las responsable de los puntos de lucidez de los que goza la película. Pero, por otro lado, nos encontramos con que la mayoría de los diálogos son superfluos. No hay nivel de profundidad alguno, las conversaciones no van más allá de lo evidente y, por si fuera poco, al analizar el producto final te das cuenta que la mayor parte de las líneas fueron paja, puestas para rellenar y justificar las casi dos horas de metraje o para dar la impresión de ser una propuesta transgresora, dirigida a las generaciones jóvenes que no se espantan por nada, muy en la línea de los productos Netflix.
En el aspecto visual, la cosa funciona un poco mejor, pero queda a medias. El director hace gala de todo tipo de movimientos de cámara como si Malcolm & Marie fuera su proyecto final para la escuela de cine, en el cual tiene que mostrar en dos horas todo lo que aprendió durante el curso. Claro que es interesante verlo en pantalla, y el director lo hace bien, pero para los fines de la película pudo haber funcionado mucho mejor la opción básica pero segura del largo plano secuencia, a final de cuentas sí hay cortes en la película pero ninguno representa un salto temporal, así que dicho recurso hubiera funcionado perfecto. Por otro lado, poner los créditos al inicio, emulando al cine clásico, y filmar en blanco y negro son decisiones que resultan interesantes pero, nuevamente, no tienen ninguna finalidad real, sencillamente aparecen por el simple gusto del cineasta. Eso sí, el blanco y negro le suma muchísimo, ya que sin este elemento la película sería, en palabras sencillas, visualmente muy fea.
En el rubro histriónico tenemos, por un lado, a John David Washington, quien encuentra algunos momentos de brillo en este proyecto, pero cuyas claras limitaciones actorales lo llevan a tener puntos en los que sobreactúa y otros en los que sus movimientos y gestos están en un tono cómico a pesar de que la película está en su máximo dramático. En la otra esquina tenemos a Zendaya, una chica cuyo encanto puede resultar hipnotizante, pero que en este, su primer gran reto en el séptimo arte, demuestra que tiene todas las tablas de una gran actriz pero aún le falta pulir algunos elementos para que su trabajo sea totalmente creíble y resulte ser sobresaliente. Se entiende porque hasta los Golden Globes la dejaron fuera de su lista de nominadas. Lo que sí rescato es la química de ambos y, que con sus propias limitaciones, logran mantenerse en el mismo tono durante la mayor parte de la película, por momentos se olvida que hay doce años de diferencia entre ellos.
En resumen, Malcolm & Marie tiene buenas intenciones, no es común encontrar proyectos con actores importantes en plataformas grandes que apuesten por este tipo de cine, pero resulta innegable que esto es poco menos que una telenovela para jóvenes, un dramón en su forma pero que no tiene nada que decir en su interior, con temas supuestamente transgresores que no le suman nada a la historia y con la estrella de moda funcionando como un imán de audiencia, todo muy ad hoc con lo que suele recetarnos Netflix, aunque generalmente lo hace en formato de serie. Quienes la disfrutaron están en todo su derecho de hacerlo, pero yo les recomendaría darse una vuelta por la filmografía de John Cassavetes o visionar la magnífica Who’s Afraid of Virgina Woolf? Lo que sí lamentaría informarles es que ya se están convirtiendo en sus tías, esas a las que critican por no encontrarle errores a las telenovelas que les receta Televisa, y es que ustedes parecen haber llegado a ese punto con las telenovelas que les receta Netflix.
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