Espacio pequeño, película grande.
Como hemos comentado anteriormente en este blog, desde hace tiempo somos testigos del crecimiento de este tipo de películas que intentan construir una gran trama en torno al escenario más pequeño posible, con unos personajes excéntricos y peculiares moviéndose en un diminuto tablero de juego hasta que no tienen más remedio que encontrarse y hacer estallar la bomba. Y cuando la cosa sale bien, no hacemos más que esperar a ese gran momento.
Un hotel ocupa los estados de California y Nevada. Cinco desconocidos pretenden pasar la estancia sin incidencias… Sin embargo, los secretos no tardan en salir a la luz. Lo que parecía ser una noche más se convertirá en una auténtica pesadilla para cada uno de los huéspedes.
En este marco se encuentra la nueva película de Drew Goddard, director y guionista que no nos regalaba una producción en la que asumiera ambos papeles desde La cabaña en el bosque. ¿La espera ha merecido la pena? Si bien la película no resalta entre el resto de su categoría como para enfrentarla en mejores aciertos, cuenta con una personalidad que la hace inconfundible a simple vista. Y si profundizamos, aun mejor.
Un hotel, una noche y un par de personajes variopintos con cabos sueltos son más que suficientes para hacernos reír y mantenernos en vilo de principio a fin. Elegir un escenario que ocupe dos estados tampoco es casualidad. La dualidad siempre se considera un arma si es bien usada, y en este caso no solo la manejan con maestría, sino que no las presentan físicamente, como si no fuera suficiente hacernos ver las diferencias sociales y culturales a través de las dobles identidades de los personajes. Incluso la primera frase del joven Miles, que parece ser el “manitas”, encargado de todas las labores del hotel, nos da a entender el doble juego al que quiere someternos el director. Un discurso idílico, mágico, una fantasía cuyo camino empieza con una estancia acogedora en el gran Royale. Y unn discurso ensayado, repetido una y otra vez, quebrantado por la voz del chico que parece empeñado en no delatar la mentira que nos cuenta. Y, frente a este relato de doble cara, unos huéspedes de doble fondo.
Aunque para algunos gustos puede que la película tienda a ser un pelín extensa (especialmente en algunos momentos del desarrollo), la construcción de personajes hace que una trama simple y que contaremos en menos de dos minutos a nuestros amigos, avance sin impedimentos, como pez en el agua, resultando interesante y entretenida a partes iguales. Todos los personajes aparentan una imagen que nada tiene que ver con sus verdaderos objetivos, para bien o para mal. Como siempre se ha dicho, ni los buenos son tan buenos ni lo malos son tan malos. Es por ello que el criticado papel de Chris Hemsworth, un personaje plano, que no supone una sorpresa final ni representa algo diferente a lo que intuimos, deba considerarse como un acierto de Goddard, ya que es el único cristalino y el que, por ende, resalta aun más la ironía y el contraste dual del resto.
¡Atención Spoiler!
No solemos hacer esto, pero el guion lo merece. No todos los días nos encontramos eso que tanto sorprendió por primera vez con los espectadores de Psicosis, la muerte inminente de la protagonista. Cierto es que la película encaja en un elenco coral, pero desde el principio nos presentan al encantador Laramie como maestro de ceremonias. Un maestro que a medida que avanzan los minutos se hace con el hilo conductor, nos descubre su verdadera identidad y pretende ser el héroe que desvele ante todos el gran pasadizo secreto del hotel. Entrar al misterio no resulta difícil, típica trama de detective, pero todo cambia cuando el pobre Laramie recibe la muerte de manos de Emily. Porque sabíamos que Emily no era ninguna santa, pero… ¿ahora qué?
¡Fuera Spoiler!
El peso de los personajes se refuerza con una estética intensa y colorida, una banda sonora que seguro levantará a más de uno del asiento, y una localización de lo más llamativa, aunque quizá resida aquí el punto negro del film. Ya comentamos que la dualidad de la película se refuerza con la localización del hotel, incluso nos dan las diferencias entre pertenecer a California o a Nevada. Pero también provoca que el planteamiento nos cree unas expectativas futuras nada certeras. La gran cantidad de presentaciones nos hace pensar que vamos a presenciar más de lo que realmente conlleva la trama, nos hace sospechar, por ejemplo, que la división del hotel tendrá alguna implicación durante el desarrollo de la misma, algo que no ocurre en ningún momento. Datos curiosos y divertidos que se quedan en eso, en datos que no aportan nada más allá de una primera idea de los personajes en el momento de su elección.
Incertidumbre, disparos, secretos y carisma. Malos tiempos en El Royale roza el universo de los hermanos Coen e incluso nos hace evocar algún momento “tarantinesco”, pero cuenta con su propio sello y se convierte en una película más de manual para aprender que menos es más, que a través de la sencillez podemos contar lo que queramos, y que cualquier lugar puede servirnos para que la identificación y las emociones se demuestran de una forma intensa y veraz.
Por: Sara Salguero
Twitter: @sarita_sr93
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