Por: Osvaldo Escalante (@OsvaEsc)
A menudo solemos ver cintas que abordan temas similares; temas que van de la mano con viajes en el tiempo o bucles temporales. Ahora, desde Japón, llega “Más allá de los dos minutos infinitos”, una comedia espacio-temporal que termina por convertirse en una de las cintas con más personalidad dentro de un tópico ya muy trillado.
Tras haberla visto en el Festival Internacional de Cine de Los Cabos, en su modalidad virtual, puedo afirmar que esta es una película muy recomendable para todo público. En ella podemos encontrar una duración perfecta (apenas 70 minutos) para los que buscan solo una excusa para pasar el rato, una narrativa interesante a través de los viajes temporales (utilizada de una manera muy cómica, pues tenemos el efecto de que sólo vemos dos minutos hacia el futuro), pero también personajes carismáticos (a veces demasiado).
Si bien yo no conocía mucho de esta cinta antes de verla (más allá de la sinopsis), también es cierto que en los últimos días ha obtenido una popularidad enorme a través de redes haciéndose valer de la recomendación boca en boca, y ahora entiendo perfectamente el porqué. Leí muchos comentarios positivos en los que se alababa y señalaba a esta cinta japonesa como una obra maestra. No, no estamos ante tal producción, pero sí ante una muy disfrutable.
Junta Yamaguchi realiza su ópera prima de una manera que muchos de los que aspiramos a algún día hacer lo mismo quisiéramos. Una cinta la cual está grabada enteramente a través de un celular. Eso es algo que requiere mucho valor. Aquí, afortunada o lamentablemente, terminó por jugarle por ambos lados.
Si bien es cierto que la película se vale principalmente de su guion (ahorita vamos para allá), el uso de la cámara, el estabilizador manual, y los movimientos a veces intentando simular estética, hacen que la película se vea, a veces, muy plana; o en términos técnicos “flat”. Es decir, no vemos mucha propuesta audiovisual a través de una cámara de celular que se nota que le dieron a grabar directamente desde la aplicación de la cámara, la cual no obtuvo ningún tipo de corrección de color posterior a la filmación. Se ve, en términos meramente estéticos, un poco fea.
Ahora bien, por el otro lado, desde el término un poco más narrativo, me gustó más el uso de la cámara. Tenemos una simulación de un plano secuencia (algo como lo que vimos en “1917” por poner un ejemplo), el cual es obvio que tiene varios cortes (se pueden notar cuando la cámara pasa por las paredes, las escaleras, o los monitores), pero sí da esa sensación de que lo que estamos viendo transcurre en una sola toma.
Y es que eso es algo que hay que aplaudirle al director, al guionista (Makoto Ueda) y a todo el crew de la cinta. Se nota claramente que todo estuvo muy calculado. En las propias escenas que vemos en los créditos finales, podemos observar cómo siempre traían a la mano un celular para cronometrar los minutos y así hacer ver todo mucho más realista, como lo que estamos viendo en la cinta.
Moviéndonos un poco al guion es donde encuentro mis problemas con esta cinta. Sí, es cierto que estamos ante uno de los ejercicios más interesantes en cuanto al subgénero de los viajes en el tiempo, algo mucho más terrenal y con el que podemos conectar un poco más, pero también es cierto que, mientras más avanza la película, más tediosa se va volviendo. Comenzamos de una manera muy inteligente; nos presentan a los personajes y los espacios en los cuales se desarrollará la historia (los cuales son muy pocos: el café, la habitación del protagonista), así como las reglas y el funcionamiento de estos monitores que transmiten dos minutos al futuro o al pasado. El problema viene cuando, una vez que ya conocemos todos estos elementos básicos para el desarrollo de la trama, todo comienza a ser muy repetitivo. Vivimos a la par de los personajes las distintas experiencias y revelaciones que ellos mismos van teniendo pero, como espectadores, sí termina por volverse un tanto cansado el ver lo mismo una y otra vez. No como tal narrativamente, pues ahí tenemos algunas variantes de cámara, pero sí argumentalmente. Es decir, repetir y repetir los diálogos, una y otra vez, aún y cuando ya sabemos lo que acaba de pasar y lo que pasará segundos después. Se vuelve un poco cansino el estar viendo lo mismo.
No les miento, la cinta dura 70 minutos, pero por momentos sí se sentía como una película de 90 o incluso 100 minutos, por lo mismo de que no veíamos muchas cosas nuevas.
Afortunadamente, ya para los últimos minutos del metraje, cuando los personajes se enfrentan a una situación un poco más violenta, es cuando el espectador vuelve a engancharse. Ahora bien, una vez que la propia película intenta explicar lo que estamos viendo, es cuando siento que también se vuelve a perder. Se agradece el toque cómico que tiene para intentar dar respuesta a varias incógnitas, pero casi que consideraría mejor el habernos quedado con esas dudas, sobre todo porque este es un contexto más real del que estamos acostumbrados a ver en este tipo de cintas, por lo que buscar darle una respuesta lógica termina por ser lo contrario; ilógico.
En conclusión, “Más allá de los dos minutos infinitos” es un ejercicio interesante y cómico con el cual pasar un agradable rato. Tiene algunos déficits en su guion, pero es compensado por una brutal fuerza autoral a través de su dirección. La ópera prima de Junta Yamaguchi se vale más por su contexto externo que por sus propias virtudes internas, pero sin lugar a dudas estamos ante una de las cintas que menos tiene qué perder, y mucho por ganar.
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