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Foto del escritorRedacción CinéfilosMX

NADIE SABE QUE ESTOY AQUÍ

Por: Ale Vega (@PATHGRETEL)


Nos encontramos un paisaje espectacular ubicado en Puerto Octay, Chile. Más específicamente, en el Lago Llanquihue. En medio del silencio y la tranquilidad que le otorga su lejanía, percibimos el correr del viento entre la hierba y los árboles. Hay un clima húmedo y el cielo se ve un tanto nublado, las gotas de una llovizna dejan sus residuos en las plantas. Cuando el lugar se encuentra más iluminado por el sol, se puede escuchar a la fauna: Hay algunas aves, unos grillos, animalitos que corren. Y un poco más al fondo, no muy escondida pero sí suficientemente alejada, hay una cabaña de la que sale un poco de humo, que funge como curtiembre ovina, donde viven Memo y su tío Braulio.

Este panorama, que atrapa el ojo del público y lo interna a dicho escenario gracias a la maravillosa fotografía de Sergio Armstrog, es el que nos presenta el director chileno Gaspar Antillo en su ópera prima Nadie sabe que estoy aquí. La película cuenta la historia del mencionado Memo (Lukas Vergara), un niño con una voz privilegiada cuya imagen no cuadraba con los cánones de un producto exitoso (según la visión de la industria), que terminó prestando su talento para ser el playback de un chico más atractivo. Observamos a nuestro protagonista unos años más tarde, siendo ya un adulto (ahora interpretado por Jorge García, conocido por la serie Lost), que vive con su tío Braulio (Luis Gnecco) y lo ayuda con el negocio de las pieles. No habla mucho ni desea interactuar, pero pasa sus días anhelando el brillo y glamour de ser una estrella. Todo cambia cuando Marta (Millaray Lobos) llega a su vida, y se convierte en el detonante que hará que Memo salga de su encierro, para encontrar la identidad que una vez perdió.

Nadie sabe que estoy aquí puede sentirse como una crítica al mundo de la televisión y a su industria superficial y sexualizada, que sabe qué es lo que genera dinero y está dispuesta a dar y hacer lo que sea con tal de llegar al éxito: Les vende a los niños y a sus padres un proyecto de fama, que inevitablemente terminará siendo tan efímero y deprimente que alcanzará a repercutir en la forma de madurar y ver el mundo de estos jóvenes. Sin embargo, hay que leer entre líneas para que la visión de Antillo se contextualice mejor, ya que también nos muestra lo dañina que puede ser la perpetuidad en el mundo del internet, donde cualquier mal paso queda registrado, y las imágenes que hay acerca de nuestra persona nos vulneran de maneras que no alcanzamos a dimensionar.

La parte bella de esta cinta es, primordialmente, la amistad que se genera entre Memo y Marta. Tan diferentes como el agua y el aceite, uno es lo más hosco posible y la otra lo más platicadora. Ella busca escucharlo, él no quiere ni mirarla directamente. La confianza que se genera entre ellos de manera paulatina existe gracias a que Marta observa sus peculiaridades y no las juzga, por el contrario, las halaga; le tiene suficiente paciencia sabiendo que va a costarle trabajo abrir su corazón y mostrar su personalidad. La empatía y el compañerismo se siente tan natural entre ambos que genera en el público un enternecimiento como pocos, ya que no sólo nos estamos compadeciendo del desvalido, también estamos aprendiendo, a través de la mirada de ella, a entender qué llevó a Memo confinarse al sur, y qué necesita para dejar de vivir en su interior.

La canción principal (compuesta por Carlos Cabezas y que interpreta el propio Jorge) de Nadie sabe que estoy aquí, aquella que le fue robada a Memo para darle voz a otro cantante juvenil, lleva en su letra la esencia de la cinta y de nuestro protagonista. "Olvidé quien soy/ No puedo encontrar mi hogar/ No pertenezco” son algunas de las frases que marcan la realidad de un humano que desde pequeño fue relegado al olvido, y que las veces que salió a la luz sólo fue para presentarlo como victimario. En su proceso de autoconocimiento, Memo se vuelve un ejemplo de que el descubrimiento propio es más importante que el escrutinio público, y que las lentejuelas, el brillo y el orgullo tienen que salir de nuestro interior para que lo apreciemos y hagamos nuestro, logrando que nadie nos lo arrebate jamás.

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