Por: Osvaldo Escalante (@OsvaEsc)
A pesar de haber contado con distintos obstáculos para su estreno a nivel nacional, por fin llegó a salas de cine ¡Que Viva México!, la más reciente película de Luis Estrada; director mexicano caracterizado por realizar cintas que dividen la opinión pública del espectador mexicano, sociopolíticamente hablando. Ahora, con su película más longeva, no fue la excepción.
¡Que Viva México! nos cuenta la historia de una joven familia que, tras la repentina muerte del abuelo, viajará a su pueblo natal para discutir los términos de la herencia. Y es que, como lo dice la sinopsis, esta no es tal cual una película que pudiera entrar dentro de la tetralogía conformada por La Ley de Herodes, Un Mundo Maravilloso, El Infierno o La Dictadura Perfecta; películas realizadas en sexenios distintos y que de una u otra manera criticaban, parodiaban y satirizaban el contexto sociopolítico del momento. Era bastante obvio que muchos estarían esperando algo así para esta película, lo cual terminó por no ser exactamente eso y de manera definitiva rompió con las expectativas de muchos.
Sí, ¡Que Viva México! sí critica y parodia al actual presidente de México, aunque no tanto como en sus anteriores trabajos. La más reciente obra de Estrada busca algo como lo que fue El Infierno: una historia independiente al contexto; que se pueda conjuntar y con eso enriquecer más la experiencia del espectador al conocer lo que en ese momento específico se está viviendo en la realidad, pero que al mismo tiempo se pueda extrapolar para convertirse en una película fuera de contextos, con historias ajenas. Con total seguridad puedo decir que ¡Que Viva México! es una cinta que podrás disfrutar de mayor y mejor manera si no esperas que se critique al gobierno cada tres minutos, como en el anterior filme de Estrada. Lamentablemente, no le salió tan bien como dicha cinta estrenada en el año 2010.
¡Que Viva México! cuenta con un gran número de problemas en su narrativa, que mientras más los piensas, más estrepitosos se vuelven. Y es que, de entrada, la excesiva duración de más de 180 minutos no está para nada justificada. A partir de la mitad, la película va y viene en un sinfín de secuencias que están meramente estiradas y rellenas para parecer interesantes, y que sin duda lo son, es decir, la cinta en ningún momento se vuelve aburrida o insufrible, pero es verdad que la historia no es ni la mitad de sólida para su específica duración.
Por otra parte, el humor no es tan sofisticado como se hubiera esperado; repite mucho de lo que le funcionó en sus anteriores filmes, pero por el mismo tema de la duración, se termina por sobreexplotar al grado en que llega a ser repetitivo y desentona con la propia forma de la película. Algo complicado porque no deja de ser una comedia y parodia de situaciones reales, pero al repetirse tanto y de manera tan extensa, llega por cansar y dejar de ser graciosa (ejemplo puntual de los mariachis).
Claro que en un principio tampoco buscaba ser sutil o inteligente, prácticamente ninguna película de Estrada lo es (tal vez exceptuando La Ley de Herodes). Pero el humor en ¡Que Viva México! llega a pecar de inconsistente. Tiene momentos como los ya mencionados, pero otros tantos muy divertidos y graciosos por la pura naturaleza de sus personajes que, si bien son un retrato muy estereotipado del mexicano clase baja, las fascinantes actuaciones de Damián Alcázar, Joaquín Cosío, Angelina Peláez o Ana Martin, llegan a ser personajes que te sacan varias carcajadas.
De manera personal, no logro entender todo el odio que esta película está recibiendo. Me parece completamente exagerado e injustificado (así como la duración de esta, ups). Recordemos que prácticamente todas las películas de este director han sido estrenadas con críticas divididas, pero siento que esta sí ha sido la que más polarizó la opinión pública.
Aún y con todos los pecados que tiene esta película, que definitivamente no es perfecta y que es larga de a madres, estoy del lado de las personas que verdaderamente disfrutaron ¡Que Viva México! y que le podría dar una segunda oportunidad en un tiempo un poco lejano.
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