Por: Freddie Montes (@FreddieMontes)
Llega a Netflix la cinta 'Rebecca', la nueva adaptación de la novela homónima de Daphne du Maurier que el gran Alfred Hitchcock ya había llevado a la pantalla grande en 1940.
Una joven (Lily James) conoce a un aristócrata viudo (Armie Hammer) durante unas cortas vacaciones. Rápidamente ambos deciden casarse y trasladarse a la gigantesca y hermosa mansión Manderley. Pero bastarán unas horas para que la joven descubra que la sombra de Rebecca, la fallecida exesposa de su pareja, continúa presente en el lugar.
Que no necesitábamos una nueva adaptación de ‘Rebecca’; que esta versión está a años luz de la de Hitchcock; que es más fiel al libro que la del 40; que en realidad está pensada como un remake pero para librar un poco las críticas insisten en decirnos que es una adaptación directa de la novela; que las actuaciones de Hammer y James no les llegan ni a la uñas del píe a las de Laurence Olivier y Joan Fontaine. Pues sí, todo lo anterior es cierto. Pero no se necesita ser muy listo para intuirlo, incluso, desde que se anunció el proyecto. Dejando estos puntos en claro, y por si a alguien aún le quedaba la más mínima duda, pasemos a analizar la película, no como adaptación del libro o remake de la primera versión, simplemente por sus propios valores y deficiencias.
La nueva ‘Rebecca’ está dirigida por Ben Wheatley, encargado de películas como ‘High-Rise’ y ‘Free Fire’, así como un par de episodios de la serie ‘Doctor Who’. Por otra parte, el guion corre a cargo de Jane Goldman (‘Kick-Ass’, ‘X-Men’: Days of the Future Past’, ‘Kingsman: The Secret Service’) Joe Shrapnel y Anna Waterhouse. Es cierto que a este cuarteto, nada desconocido pero tampoco con grandes credenciales dentro de la industria, le tocó una tarea titánica, pero nada puede eximirlos de su nulo esfuerzo por realizar un producto de calidad. Ni la dirección ni el guion ayudan a generar un entorno de tensión, a comprender las motivaciones de sus personajes y, mucho menos, a hacer de Rebecca una potente e inolvidable villana. Lo irónico es que la cinta está cargada de diálogos y escenas que te dicen y muestran las cosas en la cara, de manera directa, pero no son suficientes para crear emociones de ningún tipo. No queda duda que, en pantalla, las palabras no bastan si no se está generando nada a través de los recursos visuales.
Ahora, si lo vemos desde el punto de vista del simple encargo, podemos decir que el trabajo de este equipo es cumplidor. En la cinta constantemente están pasando cosas, nunca se toman el tiempo para escenas donde las situaciones se representen con miradas o acciones mudas. Por supuesto que esto no es sinónimo de calidad, pero es entendible tomando en cuenta el público al que va dirigido: generaciones jóvenes que están acostumbradas a un lenguaje cinematográfico mucho más audaz y personas que solo la verán para pasar el rato sin prestarle toda su atención. No hay que olvidar que es un producto para el catálogo de Netflix.
Buena parte de los comentarios sobre esta película con los que me he encontrado hablan del aspecto visual como su principal fortaleza. Entiendo porque lo consideran así, pero, perdón, estar llena de colores no significa ser una cinta visualmente poderosa, simplemente significa que, pues, tiene muchos colores. Claro que el estilo visual es llamativo, claro que algunos rincones de la mansión se ven caritsimos (sic), pero eso es lo más que ofrecen en cuanto al diseño de arte, no hay ningún tipo de poderío en ello, son simplemente muchos vestidos y escenarios con tonos vivos puestos en escena al chingadazo. Incluso la mansión de la versión del 40, con todo y que la disfrutamos en blanco y negro, tiene mucho más vida y presencia que ésta que tiene a su favor el uso de los colores y la tecnología.
Dentro de toda esta decadencia, podemos catalogar al apartado histriónico como el más débil de todos. Por un lado tenemos a una Lily James incapaz de cargar con el peso de la cinta, a la que se le facilita la lloradera pero que le es imposible transmitir el resto de sus emociones. Vemos las mismas expresiones cuando está afligida, molesta, confundida o ligeramente triste. Quizá sea la consciencia de sus puntos débiles la que la haga llevar los momentos de drama excesivo al nivel telenovelesco. Su compañero de fórmula, Armie Hammer, no llega a más que un galán de cartón. El hombre es buen actor, ya lo hemos visto hacer cosas interesantes, pero aquí está hasta sobrado cuando tiene que resultar encantador, y eso que, siendo él, prácticamente lo único que tendría que hacer es pararse y sonreír. Y si así se descuida a los protagonistas, ya no les cuentos el desmadre que traen los secundarios, cada quien está en su línea, haciendo lo que quieren…o lo que pueden.
Por supuesto que no todo lo anterior es culpa de los intérpretes, los personajes tienen una construcción narrativa paupérrima. La relación amorosa no se entiende por ningún lado, no tiene ni un grado de poder, en cuanto llegan a la mansión todo lo que se había construido entre ellos desaparece, no se vuelve frío, distante o bipolar, realmente es inexistente, son solo enojos por parte del hombre y acciones que rayan en lo ridículo por parte de la mujer, por lo que, cuando llega el momento de la revelación, resulta imposible encontrarle la lógica al porqué de sus decisiones. Ella es una María la del Barrio, él un Luis Fernando De la Vega y la ama de llaves una Soraya Montenegro, en verdad estamos ante una película con esencia de telenovela de bajo presupuesto. En el apartado de los secundarios nos encontramos con simples caricaturas, todos son clichés (la mala muy mala, la ridícula exagerada, el tonto inocente), esto lleva a sus actores a caer en la sobreactuación y terminar por restarle a un relato de por sí bastante mediocre.
En resumen, la ‘Rebecca’ de nuestros tiempos es lo que esperábamos, un producto pobre en todos sus rubros si lo analizamos por sí mismo, pero que si se compara con la versión de Hitchcock, cosa inevitable en algún momento del visionado, podría catalogarse como una blasfemia al séptimo arte. Por supuesto que está pensada para las nuevas generaciones, pero esa no es justificación para que no logre un tratamiento interesante capaz de generar emociones, nada tiene alma aquí, es un simple cartón repleto de colores. Lo mejor que se puede decir de ella es que emula a un elegante comercial de perfumes. ¡Perdónalos, Rebecca!
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