Por: David Cavazos (@DavidCav21)
Si hay una franquicia de terror que ha marcado un antes y un después en el género, esa es Scream. La creación de Wes Craven ha servido para muchas referencias, homenajes y parodias (sí, yo también me he confundido con Scary Movie), y a través de cuatro películas, nos ha servido como un referente en el slasher, además de una burla contundente en los clichés y lugares comunes del mismo. Nunca hay que olvidar ese estupendo prólogo con Drew Barrymore en la película de 1996, ahora replicado con éxito por Jenna Ortega.
Este 2022, el suceso se repite. A un poco más de 25 años de la primera película, regresamos a Woodsboro, donde el icónico Ghostface vuelve a aterrorizas y acuchillar a las nuevas generaciones. Específicamente, nos enfocaremos en un grupo de chicos liderados por Sam (Melissa Barrera), cuyo pasado dará mucho de qué hablar. Pero no estarán solos, pues si habrán visto los avances, regresan Sydney, Dewey y Gale (Neve Campbell, David Arquette y Courtney Cox, respectivamente) para también mantener a raya al asesino de la máscara de fantasma.
Con los responsables de la cínica Ready or not (2019), tal pareciera que ese cinismo se ha pasado al universo de Scream pero de una manera peculiar. Estamos hablando de una franquicia en particular, creación de Wes Craven, quien ya no está en este mundo, más que un homenaje a lo hecho por el director es el camino trazado por él, pero a las nuevas generaciones, con conceptos diseñados para éstos mismos.
Scream carga con una autoconciencia donde agarra parejo, contra las películas de terror, contra los clichés, contra las franquicias (secuelas, remakes, reboots, callbacks a la original) y, sobre todo, en los fandoms tóxicos, sin olvidar lo que la película es realmente: una llamarada a la primera película con un elenco sólido (principalmente Jack Quaid y Melissa Barrera cuyo desarrollo está más completo) donde tenemos carne de cañón. Irónicamente, se convierte en lo que se burla, no se avergüenza de ello, pero también es la mentada perfecta a la manera de consumir cine, específicamente en una franquicia de ya cuatro películas. Su comedia negra reside ahí.
Es lo que podríamos llamar, una meta-burla del cliché mismo. Bettineli-Olpin y Gillet se hacen los juguetones con una historia que ha definido a una generación por 25 años. Que gustazo ver al elenco original en una mezcla de seriedad y burla, también un gustazo ver a los nuevos chicos y también que se tomarán la molestia de ser brutales en el momento que deben serlo, un poco similar a lo planteado en las entregas más recientes de Halloween (a quien realmente están parodiando desde la primera película), no escatiman en brutalidad, aunque sí en la creatividad de sus muertes, pues tampoco estamos hablando de Chucky.
A pesar de que la comedia, el suspenso y el manejo del terror es en lo que brilla la película, cuando la cinta se quiere tomar en serio en el drama, es donde termina decayendo, pues se olvida de esa identidad burlona que tenía y recaemos en más lugares comunes, ya lo hacía en cualquier tono, pero en el dramático es el más insulso.
Scream es un chiste, uno bien contado, cuya autocrítica le beneficia al espectador que no toma por tonto, está muy consciente de lo que quiere ver y, al mismo tiempo, se mofan de ello. Un momento de nostalgia para los viejos con la presencia de la trinidad original, un llamada para las nuevas generaciones que apenas se meten en Woodsboro, pero esta notable secuela metareferencial nos confirma que ninguna generación puede escapar de las acuchilladas de Ghostface.
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