Por: Ale Vega (@PATHGRETEL)
El cine del director británico Ken Loach tiende a no tentarse el corazón. Desde 1964, el cineasta se ha dedicado a mostrar al mundo lo imposiblemente complicado que es vivir tranquilamente para la clase media/baja en Inglaterra. Para nosotros, que somos latinoamericanos, pueden no parecernos extrañas las injusticias laborales; pero, verlo desde los ojos de un nativo del Reino Unido que ha abocado toda su carrera en exponer lo mal que lo pasan los trabajadores, nos sirve para abrirnos el panorama: No somos los únicos que lo viven, y comprendemos que esos males no son exclusivos del primer o tercer mundo.
En su nueva película, llamada ‘Sorry we missed you’ (y mal titulada en México como ‘Lazos de familia’), Loach vuelve a la carga con ésta importante temática. La cinta nos cuenta de la vida de la familia Turner, que está integrada por Rick (Kris Hitchen), un hombre con bastantes deudas que ha conseguido recientemente un empleo como repartidor de paquetes; Abbie (Debbie Honeywood), la esposa de Rick, que además es cuidadora de adultos mayores; Seb (Rhys Stone), un adolescente problemático, y Liza Jane (Katie Proctor), una jovencita centrada pero aprehensiva respecto al futuro. Rick comienza muy bien en sus nuevas actividades, aunque ha tenido que hacer algunos sacrificios que involucran a sus seres queridos con la esperanza de darles un porvenir mejor, ya que le han vendido el puesto con la posibilidad de ser “su propio jefe”. Conforme avanza la trama, no sólo se enfrentará con las contradicciones propias de esta promesa, también se dará cuenta de que sus decisiones repercutirán, sin que él pueda evitarlo, en las rutinas de una esposa exhausta, un hijo incomprendido y una niña nerviosa.
Las aristas de los problemas familiares en ‘Sorry we missed you’ comienzan por el sostén de la casa: los padres no ganan lo suficiente para permitirse descansar un poco, por lo que diariamente se encuentran agotados, sencillamente incapacitados para darles a sus hijos el cuidado que merecen, ya que sus jornadas son de más de catorce horas sin interrupción, en la que detenerse sólo un poco implica perder tiempo y dinero. Por su parte, los hijos se sienten desamparados y perdidos, y mientras que una niña intenta seguir con normalidad su día a día a pesar de su corta edad, el joven se concentra en sus amistades y el arte, que para él representan una forma de vida más cercana a la unión. Todos intentan manejarse en la mentira de normalidad que les es entregada, esa que no tiene sentimientos ni consideraciones, que se basa en la productividad y la intimidación.
La clase trabajadora siempre es la más castigada, y Ken Loach nos enseña que vivimos a merced de las empresas a las que no les importa nuestro bienestar ni desarrollo. La digitalización ha permitido que nos vendan una utopía en donde la promesa de una autonomía desdibujada es la horca que nos ponemos en el cuello: La libertad suena tan tentadora, que nos hacemos de la vista gorda cuando comienzan las injusticias y la opresión. Loach se vale de ser brutal para recordarle a su público que no es válido sacrificar ni el amor familiar ni el tiempo de descanso por una empresa desalmada y autómata: Somos un cúmulo de necesidades y aprecios que deben cuidarse y protegerse a toda costa.
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