Por: Freddie Montes (@FreddieMontes)
Con 6 nominaciones al Oscar en su currículum, incluyendo la de mejor película, llega a las salas de cine mexicanas la cinta ‘The Father’, ópera prima del cineasta francés Florian Zeller que tiene como protagonistas a los británicos Anthony Hopkins y Olivia Colman.
Este filme nos narra la historia de Anthony (Anthony Hopkins), un hombre octogenario al que le es imposible vivir solo debido a que padece Alzheimer, pero que se niega a aceptar la ayuda de las cuidadoras que su hija Anne (Olivia Colman) le quiere contratar. El drama familiar aumenta a medida que la memoria de Anthony se deteriora, alejándolo cada vez más de la realidad, mientras que Anne trata de hacer que las cosas avancen de la mejor manera posible.
“El mejor dramaturgo francés”, “El autor teatral más apasionante de nuestra época”; así catalogan el semanario francés L’Express y el diario británico The Guardian, respectivamente, a Florian Zeller, el hombre cuyas obras han sido representadas en todo el mundo y que en 2020 decidió debutar en el séptimo arte escribiendo y dirigiendo la adaptación cinematográfica de su obra más reconocida y galardonada: ‘The Father’. Lo curioso de todo esto es ver como un tipo que ha dedicado su vida al teatro demuestra tener más conocimientos sobre el lenguaje cinematográfico que muchos cineastas, o al menos sabe expresarlos mejor. Y es que la ópera prima de Zeller consigue ir más allá de la simple adaptación, no solo es impecable en los elementos clásicos (dirección, guion, actuaciones), el director también logra mimetizarnos con su protagonista gracias a la perfecta utilización de elementos pocas veces potenciados para estos fines, como los son el montaje y el diseño de producción.
Zeller, consciente de que cuenta con un guion sólido y un actor de primer nivel, decide buscar la empatía del espectador con elementos extras, haciéndonos uno con su protagonista gracias a sus juegos de edición. Y es que todo lo que pasa lo vemos a través de los ojos de Anthony, cada secuencia es un nuevo comienzo tanto para el personaje como para nosotros. Podemos comprender la confusión, desesperación y hartazgo provocados por una mente que no se encuentra en las mejores condiciones, y, a la par, entramos en el juego que el director quiere al tratar de buscar respuestas, hilar momentos y encontrar la relación entre el resto de los personajes, pero, a final de cuentas, cada desesperado intento se ve frenado con un nuevo corte y, entonces, a comenzar de nuevo.
Por si lo expuesto en el párrafo anterior fuera poco, Zeller se apoya de otro elemento para jugar con nuestra mente: el diseño de producción. Y es cada cambio de escena no solo significa un nuevo comienzo en cuanto a la historia, también lo es en el apartado visual, concretamente en los escenarios. Sí, todo transcurre en un mismo departamento, pero los elementos que lo conforman están en constante cambio, a veces el personaje se da cuenta, pero la mayor parte del tiempo las alteraciones pasan frente a nuestros ojos (y los de Anthony) sin mayor aspaviento. El departamento en el que transcurre toda la acción es un protagonista más de la cinta, uno que siempre está sumando a la historia aunque no seamos conscientes de ello.
El director se anota otra palomita gracias a la forma en la que maneja el lente. El tipo demuestra que sabe dónde poner su cámara para generar emociones, pero también sabe cómo moverse con ella a través de sus escenarios para que el ritmo de su película nunca decaiga y, sobre todo, para que su producto no se sienta como una obra de teatro grabada. Es cierto que nunca abonada sus tonos teatrales, pero lo que vemos en pantalla es un relato ágil y emocionante, sencillamente está muy bien dirigido.
El guion, también escrito por Zeller en compañía de Christopher Hampton, representa otro gran acierto. A final de cuentas, los buenos momentos señalados en puntos anteriores nacieron de él, pero, además, sabe llevar muy bien la historia con momentos en los que los diálogos son de una perfección, brutalidad y profundidad propias de la pluma de un gran dramaturgo. Todo sorprende, todo impacta, pero nada se hace de forma gratuita. En este mismo tenor están sus personajes, muy bien construidos, con acciones y líneas completamente justificadas. Es cierto que la tarea del guionista se facilita al tener que armar solo a un protagonista y a una secundaria, pero también funciona a la perfección la construcción del cuarteto de personajes de reparto, los cuales aparecen, desaparecen, hacen y deshacen a conveniencia del guion, pero aunque esto puede sonar mal, eso es precisamente lo que buscaban los escritores, que el resto de sus personajes funcionaran como un elemento más de la escenografía, sin mayor construcción narrativa.
La cereza en el pastel de esta obra cinematográfica es su apartado histriónico. Anthony Hopkins nos deleita con la que es su mejor actuación desde que interpretó al mítico Dr. Hannibal Lecter en ‘The Silence of the Lambs’, el rango actoral que recorre el británico en esta cinta es enorme, tenemos los momentos dramáticos en los que lo vemos llorar, desesperarse, enojarse y cuestionarse las cosas que están ocurriendo en su realidad, pero también lo vemos reír, contar chistes, ser amable, tener charlas amenas y hasta mostrarse tierno. Lo más interesante de esto es la dualidad que logra con ambas facetas, ya que en una misma escena, sin ningún tipo de corte, lo vemos moverse de un extremo de las emociones al otro con gran maestría. Olivia Colman también está muy correcta, los mismos cambios en las emociones de Anthony hacen que ella se vea obligada a jugar con su rango, algo que sabe hacer de manera estupenda, tanto que hasta lo hace ver fácil, pero créame, querido lector, que alcanzar esos picos de actuación de tan buena manera no lo logra cualquier actriz. El resto de los secundarios también aportan mucho a pesar de sus esporádicas apariciones en pantalla.
En resumen, ‘The Father’ es una película que logra mimetizarnos con su protagonista a través de elementos pocas veces utilizados para estos fines, como lo son el montaje y el diseño de producción. El trabajo detrás de la cámara de Florian Zeller es tan bueno que consigue acoplar su obra de teatro dentro del lenguaje cinematográfico. Y, por si esto fuera poco, su guion y sus actuaciones son poderosas, profundas, impactantes y se sienten sumamente reales. ‘The Father’, la ópera prima de Florian Zeller, es la mejor película del 2020.
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