Por: Ale Vega (@PATHGRETEL)
Hemos visto en el transcurso de años recientes a varios actores divergir sus carreras hacia la dirección, utilizando su aprendizaje delante de las cámaras y su experiencia colaborativa. Olivia Wilde, Greta Gerwig y Emerald Fennell son ejemplos de mujeres talentosas con filmes exitosos, y a estos ya laureados nombres hoy se une una actriz no sólo reconocida por su famoso apellido y polifacético rostro, también por haber protagonizado varias películas y series premiadas. Maggie Gyllenhaal incursiona en este mundo enfocada en una motivación peculiar: Hablar de una realidad incómoda que suele oprimir a sus congéneres.
Dicha ópera prima lleva por nombre ‘The Lost Daughter’, y está basada en la novela homónima escrita por Elena Ferrant. Cuenta la historia de Leda Caruso (Olivia Colman), una profesora que se encuentra en temporada vacacional, por lo que ha rentado un bello departamento en Grecia. La paz en la que desea sumergirse se ve repentinamente anulada por una cuantiosa familia estadounidense que llega a instalarse en la misma playa en la que ella se encuentra. A través de observarlos y de enfocarse en la madre (Dakota Johnson) de una niñita, Leda recordará lo que significó para ella ser una muchacha con un promisorio futuro (Jessie Buckley), obstaculizado por las obligaciones propias de ser mamá.
Si bien la obra de Ferrante no es un thriller como tal, Gyllenhaal sí le da ese tono a la cinta, con toda la intención de que el público se adentre en un aura de misterio. Utiliza escenarios clásicos - quizá hasta un poco vintage – para enmarcar a una maestra que en su soledad y escasas conversaciones carga una sensación no expresada; y a otra que, ahogada en el bullicio de sus parientes, pareciera a punto de colapsar. La cinematografía de la experimentada Helene Louvart (quien tiene entre sus múltiples trabajos películas estupendas como ‘Les plages d'Agnès’ y ‘Never Rarely Sometimes Always’) aborda un escenario idílico como una especie de cárcel, tan apabullante como desconcertante, en donde las protagonistas no se la pasan mejor de lo que lo hace la audiencia que atestigua. Ambas partes convergen en un ambiente inestable: Sabemos que algo no está bien, pero somos incapaces de descifrar qué es.
Las tres actrices principales desarrollan de manera impecable el difícil tema de ‘The Lost Daughter’, ese que Maggie Gyllenhaal se interesó por adaptar: las aristas oscuras y asfixiantes de la maternidad. Leda es una joven educada, inteligente y creativa que se ve imposibilitada de crecer profesionalmente al tener a cargo a dos pequeñas que le exigen tiempo y atención constante, abrumándola con su travieso comportamiento. Nina es una chica que no cesa de tener discusiones con su pareja mientras cuida a una hija que se siente un tanto ajena a ella. Cuando estas damas se observan, silenciosas y a lo lejos, se hablan entre miradas que no necesitan traducirse. Todo se expone en una desesperación que suele guardarse, porque procrear sólo puede representar alegría ante los ojos de los demás: cualquier señal de frustración será catalogada como un antinatural egoísmo. Colman nos regala a un potente e indescifrable personaje, Johnson a una mujer intensa y confundida, y Buckley funge como un ente con necesidad de explotar, de partir, de rendirse. Cada una en su situación particular, pero con la misma pregunta en la punta de la lengua: ¿Qué se hace cuando ser madre te sobrepasa?
Estrenada (y premiada ahí por su guión) en el Festival de Cine de Venecia, ‘The Lost Daughter’ cuestiona al espectador y le pide - le suplica – empatía. Utilizando como eje primario a una muñeca pintarrajeada, Gyllenhaal nos cuenta de las penas en la crianza, del sofoco de vivir por alguien más, del arrepentimiento, la complicidad y la obsesión. La honestidad es el estandarte de una cinta cuya hechura tiene la misma fuerza que la de su realizadora: Que las historias se cuenten tal cual son, sin limitar nunca ni el discurso ni el sentimiento.
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