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Foto del escritorRedacción CinéfilosMX

Yo, Tonya: Ser jueces no es tan fácil

Mentiras, engaños y manipulación. Todos somos inocentes.



¿Es Tonya Harding inocente? El misterio sigue aún sin resolver, pero nos deja una respuesta de lo más refrescante: ¿Es importante saberlo para hacer una película?


Yo, Tonya nos sitúa en los años 90 para recrear la infancia, adolescencia y madurez de la patinadora artística Tonya Harding (Margot Robbie). Un camino lleno de obstáculos y desenfrenos donde la búsqueda de la fama termina sentenciando tanto su vida personal como profesional.



Craig Gillespie se decanta de nuevo por trabajar con hechos reales (La hora decisiva, El chico del millón de dólares), esta vez eligiendo una de las historias más recordadas y polémicas de los Estados Unidos. Tonya Harding logró conmocionar y dividir a todo un país durante los juegos olímpicos de 1994. Ahora, 24 años después, podemos volver atrás para revivir los dos momentos decisivos de su carrera: el logro de un triple axel en competición y la acusación de sabotaje a Nancy Kerrigan. Yo, Tonya no solo se presenta como todo un reto dentro de la propia historia, sino también fuera, poniendo a prueba la capacidad del espectador para ser objetivo. ¿Quién es culpable y quién no? La película se esperaba con ansia para resolver la duda de todos los seguidores. Y la respuesta ha sido la causa de división en dos bandos: los que esperaban un lado de la balanza y los que no tenían reparo en situarse en medio.


El trabajo final resulta digno cuando todos los departamentos funcionan como engranajes perfectamente cronometrados. La actriz australiana Margot Robbie demuestra su potencial con esta oportunidad y se sitúa como toda una revelación escondida. Además, tanto Allison Janney (ganadora del Óscar) como Sebastian Stan reafirman unos personajes trabajados y construidos en base al elemento estrella de sus personalidades: la bipolaridad. El guion brilla gracias a este trastorno de personalidad que sufren los personajes y también a la voz over, utilizada al fin de forma correcta para contarnos lo que no vemos. A través de los pensamientos e inseguridades de cada personaje se busca resaltar la debilidad humana por conseguir el éxito a cualquier a precio y no asumir la responsabilidad de nuestros actos.




Puede resultar extraño extrapolar una película con una historia tan concreta y oscura a nuestras vidas. Sin embargo, las similitudes son claras y el mensaje directo: todos tenemos nuestra verdad de los hechos, todos defendemos nuestro punto de vista como el correcto. El instinto de supervivencia pasa por cegarnos en nuestros propios problemas, olvidar la objetividad y alejar la culpa de nuestro terreno. ¿Y qué consigue la película con esta estrategia? Confundir al espectador. La cronología de la historia y nuestra posición en los bandos se rompen a cada pase de uno de los personajes mirando fijamente a cámara y defendiendo su versión de los hechos. El choque entre discurso y acción no hace más que contrariarnos, en el buen sentido de la intención, gracias también al trabajo de Tatiana S. Riegel frente al montaje.


El terreno se plantea desde el minuto uno. Yo, Tonya quiere jugar con nosotros, se divierte entre la objetividad y subjetividad. La verdad, diferente en cada caso, no pretende imponer una versión de los hechos, al contrario, deja fluir la opinión personal de cada espectador. Nos otorga la difícil tarea de convertirnos en jueces. Quizá sea un problema. O quizá una lección.

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